Indicó que hay una tristeza buena que proviene de llorar «por los propios pecados, recordar el estado de gracia del que hemos caído, llorar porque hemos perdido la pureza en la que Dios nos soñó». Pero, sin embargo, existe otra tristeza, «que se insinúa en el alma y que la hace caer en un estado de abatimiento: es este segundo tipo de tristeza el que hay que combatir resueltamente y con todas las fuerzas, porque procede del Maligno».
«En el corazón del ser humano nacen esperanzas que a veces se ven defraudadas. Puede tratarse del deseo de poseer algo que no se puede conseguir; pero también de algo importante, como la pérdida de un afecto. Cuando esto sucede es como si el corazón del ser humano cayera en un precipicio, y los sentimientos que experimenta son desánimo, debilidad de espíritu, depresión, angustia...», señaló el pontífice.
Y agregó que «ciertas tristezas prolongadas, en las que una persona sigue engrandeciendo el vacío de quien ya no está, no son propias de la vida en el Espíritu. Ciertas amarguras resentidas, en las que una persona tiene siempre en mente una reivindicación que le hace adoptar el disfraz de víctima, no producen en nosotros una vida sana, y menos aún cristiana». Por ello, «la tristeza, de una emoción natural puede convertirse en un estado de ánimo maligno. Es un demonio astuto, el de la tristeza». Y destacó que «la tristeza es el placer del no-placer» y «es como tomar un caramelo amargo y chuparlo».
1 comentario
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... creo que estamos viendo en estos momentos, los primeros síntomas de la pérdida de fe de la mayor autoridad de la iglesia...