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No sé ustedes, pero yo hace bastante tiempo que ando escaso de perfecciones.

No es que me considere perfecto, Dios me libre!, espero seguir metido en esa guerra perdida de antemano que es la misma perfección en sí. Si consiguiéramos alcanzar la cumbre de todo aquello que nos propusiéramos en un plazo determinado de tiempo, pecaríamos de ilusos. Otra cosa es que haya quien se lo crea, que piense que ha llegado cuando tan solo está en camino, en ese camino del nunca llegar.

No quiero decir con ello que debamos ir por la vida sin aspiraciones y sin ánimo de superación, pero ojito con pensar que estamos en la seguridad que nos brindan las alturas porque, de equivocarnos y que siempre suele ser así, la caída siempre será más dolorosa. Nos han educado para la lucha, para el individualismo, más que para la paz y la participación.

Nuestro credo es el "sálvese quien pueda" porque las plazas para colocar nuestras poltronas con cierta esperanza de estabilidad y perpetuidad, son cada vez más escasas y se pagan con oro y sangre. Hoy estás aquí y mañana nadie sabe donde.

Sí, es una lástima no poder llegar a ser perfectos de por vida, podríamos utilizar nuestra "aura" como paraguas contra todo tipo de adversidades, se nos admiraría y se nos respetaría hasta límites insospechados siempre y cuando tuviéramos a raya al imperfecto del barrio, ese otro que también se lo cree pero no por méritos adquiridos sino porque los más listillos lo han puesto el último de la cola del cine hacia una taquilla que hace tiempo agotó las localidades por falta de proyector. Pero no hay que perder las esperanzas porque ya saben ustedes que vamos a ser testigos de algo que se llama la "tormenta perfecta".

Me hubiera gustado más vivir y compartir instantes con otros intentos de perfección más humanos, más cercanos, de cordiales, suaves y cálidos alientos más que de lluvias y vientos huracanados, que hasta la Vicepresidenta del Gobierno nos advierte que no nos confiemos ante semejantes efectos meteorológicos, por muy perfectos que se les llame.