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El Ayuntamiento de Maó ha aplicado por fin el sentido común en la Plaça Constitució y ha hecho efectiva la retirada de los aparcamientos de lo que es el núcleo del centro histórico de la ciudad. Las horribles líneas azules que atentaban contra el adoquinado desaparecerán para dejar solas a las amarillas de la carga y descarga. Ya no habrá chatarra estropeado las fotografías de los turistas y es de suponer que el acceso peatonal a la iglesia, la biblioteca o el propio Ayuntamiento dejará de ser una actividad de alto riesgo. Es una magnífica noticia, una medida que no tiene más consecuencias ni costes que compensar a la concesionaria del parquímetro con un puñado de plazas en otro punto de la ciudad. Para ejecutarla no hacía falta acabar ningunas obras ni pasar por la Comisión balear de Medio Ambiente ni realizar ningún estudio geotécnico, bastaba con hacerlo, con querer hacerlo. Pues bien, algo que parece tan poco complicado le ha llevado al Consistorio, desde que anunciara la medida dentro de un ambicioso plan de movilidad, nada más y nada menos que siete años, casi dos mandatos enteros. Culminar la peatonalización sigue siendo algo lejano, pero mientras tanto para la Plaça Constitució propongo un bar con una amplia terraza, para que hasta los fumadores puedan disfrutar con tranquilidad de unos de los rincones más bellos de la ciudad.