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Me llama la atención en la playa la progresiva desaparición de la muy hispánica raza de los hombres de pelo en pecho. Cada vez vamos quedando menos. Y como no conozco explicación médica del extraño fenómeno (no he encontrado ninguna correlación entre el manifiesto deterioro de la dotación y vigor de los espermatozoides y la actual epidemia de alopecia pectoral), husmeo en la sociología, o para no hilar tan fino en eso tan moderno que llaman tendencias, para tratar de dar una explicación a la del actual arrasamiento de las antaño consideradas viriles pilosidades pectorales así como a la de la creciente sofisticación de las tradicionales maquinillas de afeitar.

Es así como, siguiendo mi vicio de rastrear en librerías de todo el mundo, encuentro en un reciente viaje a Estrasburgo un ensayo del viejo conocido Gilles Lipovetsky y su compañero de fatigas Jean Serroy, titulado "L'esthétizacion du monde (vivre à l'âge du capitalisme artiste)", que puede darme alguna explicación del actual declive piloso y otros fenómenos sorprendentes que observo desde mi atalaya de adolescente de la vejez, como el de la incontenible proliferación de actividades presuntamente artísticas, y de esos nuevos clérigos llamados diseñadores. Veamos pues las nuevas tendencias (bueno, las iremos viendo porque más de cuatrocientas páginas en francés, tirando de diccionario, no se despachan en dos horas).

Estamos, nos dicen los ensayistas, en un proceso de estetización del mundo. Después del arte para los dioses, el arte para los príncipes y el arte por el arte, ahora es el arte por el mercado lo que triunfa (¿y qué tendrá que ver esto con la extinción hombres de pelo en pecho?, se preguntarán los apresurados), un capitalismo artista que ha creado un imperio donde se mezclan diseño y star system, creación y entretenimiento, cultura y show business, arte y comunicación, vanguardia y moda. Una tendencia que, por otra parte, ha acabado con el monopolio occidental de la creación industrial y cultural: la actual era transestética en marcha es planetaria, ya que las firmas globales tienen precisamente el globo por mercado.

Incluso los términos utilizados para designar las profesiones y las actividades económicas llevan igualmente la marca de la ambición estética: los jardineros se convierten en paisajistas, los peluqueros en diseñadores de cabello, los floristas en artistas florales, los cocineros en creadores culinarios, los tatuadores en artistas de la epidermis, en fin, todos creativos… Vale, tío, ¿y los pelo-en -pecho? Bueno, pues, continuará.

Cuerpo a tierra que vienen los nuestros

Los libros de autoayuda son fundamentales para estabilizar una sociedad, nos decía en su última sabatina de la temporada el maestro Gregorio Morán en La Vanguardia. Y lo son porque estabilizan el mundo de los simples, lo que constituye una misión de alto valor social. ¿Hay actividad más fecunda que leer/ escuchar a un señor o señora, educados, cultos, que te explican cómo por más ignorante que seas, hay en ti valores ocultos que no habías descubierto y que te pueden convertir en un sabio sin dejar de ser un imbécil?

Cuidado pues con el orgullo sobrevenido a lomos del convencimiento de que todo es posible (con mayoría absoluta), que la realidad (medios disponibles) no nos prive de un buen titular para nuestros hooligans, felices como niños con su sonajero educativo (ideológico).

Después del gran éxito de la canción del verano "Fin de la cita" de Mariano, nos viene ahora un clásico de toda la vida, "¡Gibraltar español!", de los Margallo Boys. Cuerpo a tierra.