La celebración de Sant Joan hace años que padece la masificación. No es ni mucho menos un caso único, ni en Menorca ni alrededor de la geografía española, donde la tradición y la fiesta sentida de unos se convierte en botellón para muchos otros. Y luego está el negocio, indiscutible, de todas las fechas señaladas en el calendario y que generan viajes, estancias, ventas en comercios, bares, en fin, el santoral ayuda a hacer caja y eso poco o nada se cuestionaba hasta que apareció la covid-19 para cargarse las multitudes. Por tanto, que lleguen cientos de jóvenes dispuestos a divertirse sin ver ni un caballo ni importarles mucho si esto es Sant Joan, la Tomatina, el descenso del Sella o los Sanfermines, no sé a quien ha podido sorprender a estas alturas. Lo que pasa es que la pandemia ha destapado aún más si cabe esa realidad, como cuando cantas a pleno pulmón y de repente te quitan la música de fondo y ahí estás, desafinando como un gorrino.
Vía libre
Sorpresas relativas
29/06/21 0:14
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