Menorca está llena de cuevas con respiraderos donde ruge el mar en días de tormenta. En castellano se llaman sopladeros o respiraderos, entre nosotros bufadors. Son cavidades subterráneas situadas cerca del mar de las que sube una corriente de aire intermitente, impulsada por las olas. En los días tempestuosos esos sopladeros o bufadors rugen de manera estentórea, tanto que John Armstrong, ingeniero militar de Su Majestad Británica en el siglo XVIII, les llamó «fuelles del diablo» en su Historia Civil y Natural de la Isla de Menorca. Efectivamente, esos orificios parecen a veces respiraderos del infierno. Así me lo decía mi tío Alfonso, cuando siendo yo pequeño paseábamos frente al castillo de Sant Nicolau, desde donde los días de buen tiempo se ven perfectamente las montañas de la Serra de Tramontana, en Mallorca, casi se ve el Pi de Formentor, de Costa i Llobera, la bahía de Alcúdia y la playa de Cala Agulla en Cala Ratjada. El bufador rugía colérico y a mí se me ponían los pelos de punta recordando los vívidos relatos del infierno que nos referían en las clases de catecismo o en los sermones de la misa. No voy a describir lo que imaginaba. Solo diré que en la urbanización de Cales Piques, a un buen trecho de mi casa, el bufador de Cap de Banyos brama como un gigante al que le arrancaran las uñas en los días de tormenta. Una vez vino un erudito a visitarme y al bajar del coche el bufador soltó su bramido en la distancia. El erudito pegó un salto tremendo y tardó más de un minuto en volver a poner los pies en el suelo.
Les coses senzilles
Los fuelles del diablo
31/10/22 3:59
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