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Nunca se me ha ocurrido celebrar cincuentenarios, ni siquiera centenarios; no me fijo en estas cosas, el tiempo me resbala como agua entre los dedos, las fechas se me olvidan, y si alguna es más sólida, importante, se me escurre como una pastilla de jabón. Así que ya es hora de que destaque algún cincuentenario. No el de la guerra en Gaza, que es mucho más antigua, intermitente y eterna. Casi bíblica, por llamarla de algún modo. Me refiero a un cincuentenario de poca monta, bastante tontorrón, pero simbólico. Hace 50 años, en 1973, se estrenó una peli futurista y distópica titulada «Soylent Green», aquí llamada «Cuando el destino nos alcance», que transcurre en el entonces remoto futuro de 2022, con el planeta y los océanos destruidos por la contaminación tóxica, y la gente hacinada en todas partes por la superpoblación, que era entonces el gran peligro de la humanidad. Por supuesto, no había apenas comida, ni animales ni vegetales; solo los millonarios podían catar un bistec o comerse una manzana esmirriada, y la gente se alimentaba de una especie de galletas verdes supuestamente hechas de plancton, las Soylent Green del título. La dirigió Richard Fleischer, y Charlton Heston era un poli, uno de los escasos trabajos que quedaban. No tuvo un gran éxito, tal vez porque en 1973 solo hacía diez años de la publicación de «Primavera silenciosa», libro de    Rachel Carson considerado el primer alegato ecologista sobre el impacto ambiental. Cambio climático aún no había, por lo que a los espectadores estos horrores, incluso a 50 años vista, debieron parecerles muy exagerados, ciencia ficción fantasiosa.

Por supuesto, el poli Heston descubre que las galletitas verdes no están hechas de plancton (no hay, los mares están muertos), sino de cadáveres humanos, por lo que esa civilización apocalíptica es de caníbales involuntarios. Ficciones, sí, pero ahora lo que importa son las fechas, porque según el tonto título castellano, el destino ya nos ha alcanzado. Nos alcanzó el año pasado, y en 2023 se cumplen 50 años de avisos alarmantes sobre lo que nos va a pasar. Para nada. Seguro que los jóvenes ecoansiosos no lo sabían. Hace 50 años que nos lo vemos venir. Insistimos. Y nada.