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Antes había algo conocido como «responsabilidad social corporativa», sospecho que uno más de esos conceptos de márketing creados para blanquear las más depredadoras actividades en el campo empresarial. Allí donde, por ejemplo, una gran compañía naviera contamina el mar de forma casi irreversible, luego crean una bonita fundación con fines sociales, entregan las migajas de sus beneficios y ayudan a que algunos nativos de las islas que destrozan puedan ir a la escuela. Cosas de esas. Hacer caridad de la de toda la vida, lo que han hecho los ricos desde que el mundo es mundo para sentirse menos piratas.

En el ámbito de la creación de riqueza todos sabemos que el mecanismo esencial es sálvese quien pueda. El balance de resultados, por encima de todo. De todo. Por eso me sorprende poco que una enorme entidad como Repsol amenace con abandonar España si el futuro gobierno mantiene en pie sus promesas de mejorar la vida de la gente a través del impuesto a las grandes empresas, la reducción de la jornada laboral, la subida de las pensiones y del salario mínimo.

Los currantes y los pensionistas, que somos legión y quienes realmente sostenemos el país, somos vistos desde allí arriba como meras piezas de ajedrez, peones que a ellos les sirven para sacar adelante su producción y posteriormente comprar sus productos. Que nos vaya bien no entra en sus planes, solo que cobremos poco, trabajemos hasta la extenuación y la vejez y gastemos todo lo que tenemos en consumir lo suyo. Lo de la responsabilidad social y tal, ya otro día, ¿verdad? Pues nada, que se vayan. A la mierda, por ejemplo. Y que devuelvan de paso las trillonadas en ayudas públicas que, seguro, habrán recibido desde que nacieron.