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Hace unos días, navegando por la red, topé con un artículo en el que se instruía de lo beneficioso que era llegar a un acuerdo entre el fiscal y el acusado antes de entrar a juicio, vamos en lo que técnicamente se denomina «sentencias de conformidad».

En el artículo mentado se ponía de ejemplo la rebaja en la petición por parte del fiscal de una petición de pena de 42 a sólo 6 años de prisión. Según el artículo en cuestión, estos acuerdos benefician a todas las partes intervinientes. Al acusado porque así se beneficia de una rebaja en la condena. Al perjudicado porque así queda demostrado lo que denunció. Y, por último, al fiscal porque así logra una condena sin necesidad de tener que realizar el trabajo de demostrarlo. Y añadiríamos, también al juez y al sistema, porque así logra una sentencia firme con la que todos están contentos y sin posibilidad de recurso alguno.

Ni qué decir que nunca he estado de acuerdo con las sentencias de conformidad. Sin duda, es la demostración de que el sistema hace agua por todas partes. La acumulación de casos por lo arcaico del sistema, por la falta de medios y personal, ha hecho que el sistema busque un método para simplificar y acelerar los expedientes. Y si tiene beneficiarios, que los tiene, solo son el culpable y el fiscal. El inocente, o pierde o deja de ganar.

Igual ocurre, aunque eso sería tema para otro escrito, en las declaraciones de inocente, o simplemente la absolución por falta de pruebas, que se hacen en los fallos judiciales. «Fallos», irónico nombre, ¿no?
Algunos interpretarán el acuerdo como un chantaje. Otros, una rápida salida a un conflicto que dura demasiado tiempo. Y a los más, una ocasión para salir mejor parado del entuerto.
España, nación pionera de la picaresca, el saber popular raras veces se equivoca y además posee gran surtido de refranes y frases que resumen de forma jocosa la vida cotidiana. Una de ellas, la más conocida tal vez en temas judiciales, nos dice, a modo de maldición que se le echa al enemigo, el deseo de que «tenga juicios y los ganes». Allí ya queda reflejado los entresijos de la justicia.
Otro que va a la par, y de plena vigencia en la actualidad, nos dice que «Más vale un mal acuerdo que un buen pleito». Vale, aceptamos pulpo, pero ¿qué ocurre cuando uno se ve forzado a un acuerdo, como mal menor, siendo inocente?

¿Hay inocentes condenados? ¿Hay culpables absueltos? Sin duda los primeros son los menos, y los segundos, los más.

Y continuará...

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