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Cuatro platos de caldereta de langosta me comí en el restaurante El Faro de Cala Torret, invitado por Benet Guardia, que ya estaba escrito en mi nómina particular de amigos insignes. No sé cómo se llama el cocinero, pero me dijeron que le llaman, amablemente, Pavarotti, y si se arranca a cantar «La donna è mobile» con el mismo arte con el que cocina la caldereta, no dudo que pronto le oiremos en el teatro Scala de Milán. La verdad es que me emocioné al probarla, y no pude dejar de comer hasta que tuve la panza hinchada como una boa constrictor después de comerse un buey. Durante el trayecto de regreso, que es de lo más largo que se puede recorrer en la isla de Menorca, me dormí como un cosaco después de bailar y beberse un barril de hidromiel. Por fortuna, conducía Rosa, mi mujer. Muchas gracias, Rosa. Soy partidario de decir la verdad siempre que sea posible, y esa caldereta era ciertamente de verdad. No tenía ningún fallo; o, dicho de otro modo, todo eran aciertos. Era perfecta. Ahora ya sé que la perfección sí existe, y es la caldereta del Faro de Cala Torret.

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Me recordó tiempos pasados, cuando en Ciutadella no había cámaras frigoríficas. Cuando una langosta se rompía una antena, los pescadores la traían a la fonda de mi abuela, antigua casa Feliciano –can Feliciano–, donde cuando yo era pequeño se hospedó Josep Pla, pero antes, cuando aún no había nacido, estuvo hospedado el Archiduque Luis Salvador. Con una antena rota las langostas tienden a vaciarse. Mi padre, que era el cocinero, la sofreía cuando aún estaba a tiempo, y después elaboraba la caldereta. La gente suele poner rebanadas delgadas de pan. En casa, la receta de la fonda la mejoraban no ya con la cáscara de naranja seca, sino con una picada de almendras, por si no apetece echarle pan. A la caldereta del Faro no le faltaba la picada. Ya lo he dicho, no le faltaba nada. Y la langosta era tan auténtica que si hubiera podido hablar lo habría hecho en la variante autóctona del catalán que algunos llaman menorquín y otros pla. Pla català, se entiende, aunque muchos no lo saben, o lo que diría Berceo del castellano cuando era lengua romance «Roman paladino, como suele el pueblo hablar a su vecino». Lo malo es que muchos turistas de hoy en día no saben ni que en nuestras islas se habla otra lengua que no sea el Spanish, y por eso a menudo les dan gato por liebre, porque no entienden a las langostas que siguen nadando en las profundidades del Mare Nostrum, cerca de nuestras islas.