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Lo que más recuerdo del paso de César Luis Menotti por el Barça a principios de los 80 es que el equipo entrenaba por las tardes. Él alegaba que el cuerpo se debía adaptar a la hora de los partidos, pero la mayoría pensaba que el auténtico motivo era que Maradona, el fichaje estelar del momento, dispusiera de tiempo para descansar las horas trasnochadas. Flaco, bohemio, elegante, con una sempiterna melenita que le dotaba de una curiosa sabiduría, Menotti había sido campeón del mundo con Argentina en el 78, el Mundial de Kempes.

El Barça en aquella época no era muy distinto al actual: una casa de putas. No ganaba la Liga desde la temporada 73-74, la única de Johan Cruyff como futbolista, y todo lo que sucedía en aquellos años, a excepción de la famosa Recopa del 79 en Basilea, estaba destinado al fracaso. Con Maradona no se compuso la cosa. Cuando el 10 fue fichado, el entrenador era el alemán Lattek, al que su compatriota Schuster, proclive a protagonizar polémicas y atesorar en sus pies la biblia sagrada del fútbol, tildó de borracho. Menotti sustituyó al alemán a mitad de temporada y apostó por el buen juego; siempre lo hizo en los equipos que dirigió. Un tipo que de futbolista, algo que apenas se comenta, fue compañero de Pelé durante dos temporadas en el Santos y entrenó a Maradona, tanto en la selección argentina como en el Barça. Con estos dos acontecimientos se podría resumir una vida futbolística. Pero Menotti era mucho más. Sentaba cátedra allá donde estuviera con ese hablar pausado, dando caladas a un sempiterno cigarrillo en su justa medida, siempre todo en su justa medida. Menotti es un ejemplo de aquello que me hubiera gustado llegar a ser y nunca tuve el talento suficiente para lograrlo ni por asomo. Menotti habló de las urgencias históricas del Barça; nunca una frase había sido tan contundente ni significativa, ya que continúan vigentes y sin visos de cambio.