Los que lo han tratado le tildan de duro negociador y hombre sofisticado. El jefe de la cancillería rusa es una persona cultivada, de mundo. No se puede decir lo mismo de Putin, de quien dicen que no es santo de su devoción. | Reuters

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El avance fulgurante de las tropas rusas ha dejado entrever que uno de los principales objetivos de Rusia es descabezar al gobierno ucraniano elegido en unas elecciones, tras protestas antigubernamentales y prooccidentales y el descabalgamiento de un líder proclive a la influencia de Moscú. Este viernes hemos conocido que el presidente ruso y el máximo responsable de su diplomacia recibirán sanciones personales, puestas a su nombre, por su responsabilidad definitoria en esta guerra. Ello plantea una cuestión: Quiénes son los personajes clave del conflicto.

Volodímir Zelenski es el primer nombre a destacar. Es el presidente de Ucrania, el sexto desde que se independizó de la Unión Soviética, y antes de dedicarse a la política trabajó como humorista, actor y guionista. Desde el principio de la ofensiva rusa su paradero es un secreto de estado, por razones lógicas. Ante el avance ruso, Zelenski ha reafirmado que se quedará en Kiev. Es una decisión a resaltar; recordemos que, hace solo unos meses, el presidente de Afganistán Ashraf Ghani huyó del país en las horas previas a la toma de Kabul por los talibán. Entonces se dijo que lo hacía para evitar el derramamiento de sangre.

Zelenski no es un líder al uso. Con raíces judías en la familia se licenció en derecho, aunque sus inicios profesionales lo encaminaron a la producción televisiva. Su productora Kvartal 95 creó una serie llamada Servidor del pueblo, en la cual desempeñó el papel de presidente de Ucrania. Fue algo premonitorio. El siguiente paso que lo acercó al estrellato fue anunciar su candidatura para las elecciones presidenciales de Ucrania de 2019 en la noche del 31 de diciembre de 2018. Su anuncio fue un auténtico fenómeno viral y restó protagonismo al discurso de fin de año del presidente Petró Poroshenko, mientras su popularidad crecía a marchas forzadas. Zelenski ganó las elecciones con el 73,22 % de los votos en la segunda ronda, derrotando a Poroshenko por un amplio margen.

En varias entrevistas el presidente ha dejado entrever su decisión de entrar en política para dignificarla a partir del criterio de buenos profesionales, y su campaña se basó en gran medida en los medios sociales y el uso de las plataformas digitales. Con posiciones tendentes a buscar conexiones con Occidente, durante los primeros pasos de la guerra del Donbás de 2014 manifestó su apoyo al ejército ucraniano. En los últimos días le hemos visto en reuniones de trabajo, atareado, instando a la comunidad internacional a actuar y a Rusia a volver a la mesa de negociación.

Probablemente Zelenski y Vladímir Putin no compartan muchas cosas. Putin hace más tiempo que se pasea por la escena internacional que su homólogo; no obstante el hermetismo que le rodea y su especial concepción del mundo le convierten en un personaje enigmático. Criado en el KGB, el servicio de espionaje soviético que trató de impedir lo inevitable, ha establecido un régimen personalista basado en la coerción, la represión de la disidencia y una concepción política ultrapatriótica y ultranacionalista que ha teñido su acción exterior de un neoimperialismo que inquieta fuertemente a medio mundo.

En sus últimos discursos se ha tamizado más que nunca una cierta añoranza por el pasado soviético, al que también ha echado en cara los errores del pasado, en referencia a su pérdida de peso específico en el tapete de las relaciones internacionales. A cambio Putin mantiene un simbolismo más o menos estable en toda su dilatada trayectoria, que le ha llevado a presidir la Federación Rusa desde 2012 con puño de hierro. Anteriormente ya lo ejerció, entre 1999 y 2008, siendo el hombre con más tiempo en el poder desde la caída soviética. En todo ese tiempo hemos tenido ocasión de verle en distintas y llamativas poses propagandísticas.

En todo este tiempo aferrado al poder Putin se ha rodeado de una camarilla de oligarcas, con orígenes similares al suyo, que dominan los principales negocios de Rusia, como el gas, el petróleo, los cereales y otros recursos estratégicos. Para muchos el régimen de Putin no solo es una dictadura, en tanto que menoscaba los derechos fundamentales: también es una verdadera cleptocracia en la que las élites cercanas al líder amasan patrimonios inmensos ante los ojos de una clase media y baja cada vez más empobrecidas.

Serguéi Lavrov, el tercero el liza, es el hombre de Putin en las mesas donde debería mandar la diplomacia, y lo es desde hace mucho, mucho tiempo. Lo cual no quiere decir que su voz resuene con un timbre distinto al que le ordena su líder, o al menos no como a él le gustaría. Es el responsable de la cancillería rusa desde mucho antes de que en el Donbás se revelara un problema territorial de enjundia para Ucrania. Como en el caso de su patrón, su primera experiencia profesional se produjo todavía bajo el amparo de la Unión Soviética. Con treinta años de experiencia a sus espaldas, el 24 de febrero de 2004 fue designado por Putin como Ministro de Asuntos Exteriores, y allí permanece hasta hoy, dieciocho años después.

En su dilatada carrera ha tratado de defender los intereses de su país y más recientemente los de su líder al haber identificado unos con el otro. La hemeroteca está llena de recepciones y conferencias en tono amable con los ministros homólogos de potencias y naciones a lo largo y ancho del planeta. Los que lo han tratado le tildan de duro negociador y hombre sofisticado. Es una persona cultivada, de mundo. No se puede decir lo mismo de Putin, de quien dicen que no es santo de su devoción. Ante la actual deriva de la política exterior rusa, probablemente poco pueda hacer. Siguiendo las órdenes de su patrón, no debe ser nada fácil ejercer la diplomacia.