Fevzi Mamutov, portavoz de la comunidad tártara y campeón de Europa de lucha olímpica en 2013. | Manuel Bruque

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Los tártaros de Crimea, una minoría musulmana con lengua y cultura propias, llevan siglos lidiando con Rusia. Tras sufrir expulsiones y deportaciones a lo largo de la historia y ver ocupada su península en 2014, ahora dicen esperar a las tropas rusas en Ucrania con la lección aprendida. Se diferencian del resto de los ucranianos por sus facciones mezcla entre árabes y centroasiáticas, su lengua –que ahora escriben en letras romanas y antes en cirílico– y su religión, pero comparten con ellos un «odio» a los rusos relativamente nuevo para muchos habitantes del país.

Los tártaros se asentaron en Crimea en el siglo XV provenientes de Mongolia y cuando Catalina la Grande invadió la península en 1783, huyeron a Turquía. Regresaron y los soviéticos los deportaron a Siberia y Uzbequistán en 1944. De vuelta otra vez, sufrieron la ocupación rusa en 2014, que llevó a algunos al exilio por los abusos que, según dicen, se cometen contra ellos y que ha denunciado el Parlamento Europeo y la ONU. Su último censo data de 1996, cuando había en Crimea unos 250.000.

Esta cifra previsiblemente aumentó en los siguientes años y se redujo cuando en 2014 Rusia invadió esta península, una ocupación a la que Ucrania no se está resistiendo en las negociaciones de paz con Rusia.

El apunte

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La paralización de las actividades económicas en Ucrania ha llevado a una cervecera de Leópolis a reinventar sus funciones para ponerse al servicio de la guerra. Ahora fabrica cócteles molotov, lleva comida a los refugiados y vende camisetas para recaudar fondos.