Reducir la temperatura se baraja como una medida para ahorrar gas, en caso de que se cierre el suministro o su precio alcance cotas inasumibles. | Pixabay

TW
14

La posibilidad de que Rusia decida cortar el suministro del gas a Europa se ha convertido en un temor recurrente desde el mismo arranque de la invasión de Ucrania, iniciada en un ya lejano mes de febrero. Sin embargo, en las últimas fechas se ha hecho un mayor hincapié en la posibilidad de que los gasoductos se queden vacíos, y ello provoque especiales perjuicios en las sociedades europeas y en sus economías. Para algunas voces autorizadas lo más preocupante puede concurrir en Alemania, puesto que el motor económico de la Unión Europea (UE) y corazón industrial de la zona euro es también uno de los estados más dependientes de la energía rusa.

En Alemania ya empiezan a moverse, y por ejemplo Vonovia, la mayor inmobiliaria del país teutón, ha informado a sus inquilinos de que reducirá a partir del otoño la temperatura de la calefacción por las noches para limitar el consumo de gas en vistas de la más que probable subida de precios y los problemas para proveerse. Los pronósticos actuales indican que de momento no será necesario restringir el consumo de agua caliente, y tampoco de la calefacción central durante el día; tan solo algunos operadores pueden optar por acotar los consumos en las horas nocturnas. Al respecto los principales analistas coinciden en señalar la necesidad de tomarse las previsiones con cautela. Nadie puede decir exactamente cómo será el próximo invierno, embarcados como lo están las sociedades occidentales en una carrera de desgaste con Vladímir Putin para ver quién aguanta más y quién paga el precio más elevado de la escalada bélica a las puertas de Europa.

Los planes de Vonovia no son cualquier cosa, y su parque de 550.000 viviendas repartidas por Alemania, Suecia y Austria habla por sí mismo. Sus medidas señalan una tendencia que puede generalizarse en el mercado inmobiliario centroeuropeo y escandinavo. También son un signo de que la escalada de precios relacionados a la energía que hemos experimentado hasta ahora puede no ser nada comparado con lo que se nos viene encima el próximo invierno, caso de que las aguas no vuelvan a su cauce en Ucrania, como todo parece indicar en estos momentos.

En este sentido, la incertidumbre sobre el futuro del suministro de gas ruso en Alemania gana enteros en todos los sectores de la sociedad, e incluso el propio ministro de Economía, Robert Habeck, ha llamado a los ciudadanos a ahorrar toda la energía que les sea posible. No obstante, el ministro ha hecho énfasis en que, en una situación de emergencia, el suministro de gas para calentar las casas y sedes públicas como escuelas y hospitales tendrá la máxima prioridad. Los hogares serían los últimos en quedarse sin energía, en caso de que el invierno sea más duro de lo esperado.

Habeck fue el mismo que hace unos días preconizó el regreso de la austeridad a los balances económicos de los países europeos en 2023. Muchos aun recuerdan las consecuencias de ese vocablo en sus vidas en forma de recortes y ajustes tras la crisis crediticia de 2008, y nadie quiere imaginarse el impacto que podría acarrear en las cuentas estatales la suspensión del suministro de gas ruso. Dicha congelación del flujo de gas afectaría no solo a Alemania, puesto que la parálisis industrial generada a buen seguro comportaría implicaciones severas en todo el continente europeo. Lo positivo de toda esta situación es que, en el caso concreto de España, la dependencia del gas ruso es más bien escasa. El pasado año las importaciones de gas ruso marcaron un índice inferior al 10 por ciento del total para el balance energético de nuestro país, y muy probablemente las instalaciones españolas serán capitales a la hora de esquivar un eventual boicot ruso a Europa en esta materia.

En este sentido la ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, afirmó en una reunión con colegas en Bali (Indonesia) que Europa no permitirá que Rusia aboque al mundo al caos: «no dejaremos la escena internacional en manos de Rusia; y sobre todo no permitiremos que el presidente ruso sume al mundo en el caos con su guerra de agresión. La guerra no ha sumido únicamente a Ucrania en el desastre, sino que ha alterado completamente el mundo entero», reconoció Baerbock en referencia no solo a los problemas energéticos que afronta su país, sino también a la crisis alimentaria global que de todo lo expuesto se deriva.