Carlos III junto a la reina consorte, a su llegada a Buckingham. Su reinado afronta diversos retos en un momento convulso. | Reuters

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Un monarca muy preparado, que llega a su condición a los 73 años de edad, podría plantearse un reinado plácido. Sin embargo, Carlos III asume el trono de Inglaterra con un Reino Unido agitado. La pérdida del referente de la Reina Isabel II se antoja un duro golpe que se suma a las consecuencias de tres grandes momentos de ruptura y a su vez de incertidumbre: el Brexit, la pandemia de covid y la crisis económica y energética derivada de la guerra de Rusia en Ucrania. Uno tras otro, concatenados y sin apenas tiempo de 'digestión'.

Las fricciones internas tradicionales de Escocia e Irlanda del Norte repuntan y tiran aun más de las costuras, mientras la sociedad británica asume con pesar la partida de una figura pública que, a diferencia de los políticos, concitaba el respeto y el afecto de una gran mayoría de la población. Carlos III no cuenta a priori con el carisma de su madre, pero de igual modo debe hacer valer el tradicional papel ponderado y comedido de la Corona que su madre imprimió a siete décadas de reinado.

La división ante la posible salida de Reino Unido de la Unión Europea caló hondo en la sociedad británica. Después, cuando el Brexit se ganó en las urnas y la transición hacia una recuperación de la soberanía no se había completado aun, ni sus caminos estaban definidos al completo, vino el coronavirus. Con él el confinamiento y el cierre generalizado que sumió a la economía mundial, también en Reino Unido, en un pesado letargo. Fueron sin duda momentos difíciles, agravados por los escándalos de las fiestas del primer ministro, Boris Johnson, que condujeron a su salida de Downing Street por la puerta de atrás.

Carlos III de Inglaterra

La puntilla de la guerra en Ucrania y una inflación inusitada incluso para el contexto europeo han disparado la conflictividad laboral en amplios espectros del sector público británico, e incluso más allá. La más que posible recesión que se plantea en un horizonte no muy lejano previsiblemente no mejorará las cosas. Con todo eso, y con el estreno de un nuevo ejecutivo en horas bajas de popularidad comandado por la conservadora Liz Truss, debe echar a andar su momento histórico el nuevo monarca.

Mientras el mundo cambia a su alrededor a marchas forzadas, y no siempre mediante métodos amables ni pacíficos, una institución de «mil años» de antigüedad –como reseñó la propia Truss en sus condolencias públicas a la institución y a la Familia Real– se preserva o como mínimo lo intenta. Si Carlos III de Inglaterra toma ejemplo de su madre, reina pero no gobierna, se ciñe al protocolo y no genera sonoros escándalos, puede que lo tenga todo un poco más fácil.