Kryl Lybov llora mientras presta testimonio a una voluntaria de West Support en Kyselivka. | Gervasio Sánchez

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Kryl Lybov no sabe si su hijo está vivo o muerto. Hace dos meses desapareció sin dejar rastro después de trabajar en la recogida de patatas con un contratista colaboracionista durante la ocupación del ejército ruso en la aldea de Kyselivka, a 30 kilómetros de Jerson. La mujer, que lleva más de quince minutos sin parar de llorar, está prestando declaración a una entrevistadora del equipo de la misión especial de seguimiento West Support en Ucrania, una agencia internacional de derechos humanos sin fines de lucro, que trabaja todos los días para documentar las violaciones de derechos humanos en los territorios afectados por la ocupación y los combates.

Unos quince miembros de West Support salen en convoy en media docena de vehículos desde Mykolaiv, escoltados por militares ucranianos, y se dirigen a las aldeas abandonadas por el ejército ruso en las últimas semanas, acompañados de psicólogos profesionales y representantes de la Oficina del Fiscal General de Ucrania. A pocos kilómetros el convoy se detiene y el oficial de seguridad ordena a todo el mundo ponerse los chalecos antibalas y los cascos. Varios voluntarios estadounidenses y británicos han preferido quedarse en el hotel para recuperarse de los bombardeos sufridos por la comitiva durante el día anterior.

Durante unos cincuenta kilómetros la destrucción y la desolación lo inunda todo. En el pueblo de Posad-Pokrovs´ke los edificios oficiales, las casas de dos pisos y las gasolineras, utilizadas como posiciones defensivas por los combatientes y reforzadas por barricadas de sacos terreros, están derruidas. En los campos de los alrededores hay decenas de proyectiles sin explosionar hincados en la tierra y restos de blindados y carros de combate carbonizados.

Guerra en Ucrania.

Los aldeanos son citados en un punto concreto de Blagodatne, ocupada por el ejército ruso hasta hace tres semanas. La mayoría son personas mayores aunque también acuden muchos niños y adolescentes porque saben que se va a distribuir ayuda humanitaria. Los voluntarios de la agencia comienzan a interrogar a las personas que quieren prestar testimonio. Dos habitantes de la aldea están desaparecidos desde hace meses y nadie conoce su paradero.

Registrada en los Estados Unidos y con la sede principal en Brooklyn, Nueva York, los miembros de esta agencia internacional son abogados, médicos, maestros, activistas de derechos humanos, artistas y empresarios. Tienen oficinas en trece países del mundo, la mayoría europeos, pero también en India o Canadá.

Mykita Kozyrenko es el coordinador general en Ucrania con 65 voluntarios a su cargo en cuatro oficinas en zonas de alto riesgo y coordinadas desde la capital Kiev. «Intentamos recoger testimonios de crímenes de guerra, detenciones ilegales en lugares espontáneos, desapariciones forzosas y torturas entre las que destaca descargas eléctricas, asfixias, palizas o simulacros de ejecuciones», comenta mientras ironiza sobre las dos únicas palabras que conoce en español: «No pasarán». Una de las voluntarias se derrumba y empieza a llorar mientras escucha el testimonio de una de las personas que está prestando testimonio. «Ha sido un día estremecedor. He realizado cinco entrevistas, a cual más dura», confesará al final de la jornada.

Guerra en Ucrania.

La agencia considera que las entrevistas a los residentes de las zonas desocupadas por los rusos son trascendentales para obtener información fidedigna sobre crímenes de guerra cometidos durante la ocupación. «Desafortunadamente, tenemos que decir que tales crímenes son cometidos en su mayoría por las tropas de la Federación Rusa», aseguran en su último informe publicado el 2 de noviembre.

Las aldeas visitadas están alejadas varios kilómetros de la autopista principal. Al lado de las vías secundarias hay trincheras kilométricas donde se pueden ver cajas abandonadas de munición. En Nadezhviska, un hombre cuenta que su yerno, el alcalde, pasó ocho días encapuchado, atado de manos y pies, sufriendo terribles palizas, hasta que lo abandonaron tirado en una cuneta medio muerto. Desde entonces ha sido trasladado a varios hospitales de la región con el fin de salvarle la vida.

Vladyslav lleva trabajando como voluntario en West Support desde el inicio de la guerra. «He escuchado historias terribles a veces bajo las bombas y es mi mejor forma de ayudar a mi país», explica este abogado que tenía una empresa formada por veinte trabajadores antes del inicio de la guerra. Su esposa vive en Madrid. «Al inicio del conflicto se marchó con nuestro coche y trasladó a varias personas hasta la capital de España, a más de 3.600 kilómetros», cuenta.

Un estadounidense de origen ucraniano que se identifica como Briam o Serguey, que tiene 61 años y pasó varios meses como francotirador en Afganistán, es el supervisor internacional del proyecto en Ucrania. Ha trabajado en la región de Járkiv durante los meses de los combates más duros. «No es lógico que se produzca una invasión de este tipo en pleno siglo XXI», afirma.

La agencia de derechos humanos entrevistó a 2.352 personas en las regiones de Jerson y Járkiv en el mes de octubre. Sus trabajadores registraron 142 casos de delitos y encontraron 15 lugares de entierro espontáneo de civiles asesinados. Ante representantes de la fiscalía y la policía ucranianas, se exhumaron los cuerpos de los ejecutados, se llevaron a cabo la identificación de los cuerpos y se concretó el tipo de crimen cometido.

Guerra en Ucrania.

Desde el inicio del conflicto han conseguido documentar 1.947 violaciones del derecho internacional humanitario y han transferido las pruebas a la Corte Penal Internacional para que en el futuro se puedan juzgar a los culpables.

Los rostros de las personas que vienen a testimoniar reflejan la dureza de las experiencias bélicas que han vivido desde febrero. Un pequeño tumulto se produce durante el reparto de ayuda humanitaria. Algunos niños quieren ser los primeros en aprovisionarse y se cuelan con el enfado de los más mayores. Un viento helador y una lluvia intermitente obligan a refugiarse debajo de los árboles y la techumbre de un pequeño café.

En las aldeas no hay luz, agua y calefacción y tampoco funcionan las conexiones telefónicas. Muchas casas fueron usadas por los soldados ocupantes rusos como alojamiento durante los meses que estuvieron en la zona. Pero al menos se mantienen en pie y la destrucción sólo afecta a algunos edificios públicos.