Zelenski sonríe junto a combatientes durante la resistencia a la ofensiva rusa sobre Ucrania. | Reuters

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La agresión decretada de forma unilateral por Vladímir Putin a Ucrania cumple un año. 365 días después, la guerra prosigue en el este de Europa. Doce meses en los que Kiev ha resistido los ataques rusos por tierra, mar y aire. Así sigue resistiendo a día de hoy en buena parte de sus posiciones a una ofensiva que se proponía alcanzar la misma capital y sus principales objetivos estratégicos en dos o tres días.

La guerra abierta planteada por el presidente ruso contra el país vecino se topó desde el primer momento con el obstáculo inesperado de la resistencia ucraniana, personificada en su dirigente Volodímir Zelenski. La inmensa mayoría de la comunidad internacional sigue del lado de Ucrania, tal y como manifestó el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, quien ha recordado que la invasión rusa viola los preceptos recogidos en la Carta fundacional de la ONU y el derecho internacional. Es en base a esa violación que se han impulsado distintos paquetes de sanciones, cuyos efectos han cambiado el mundo tal y como lo conocíamos.

El peligro a escala global que la agresión de Putin a Ucrania representa manifiesta su expresión más clara en la amenaza nuclear, que ha arreciado en distintas fases del conflicto. A pocas horas de la conmemoración del primer aniversario de la guerra la cuestión volvió a situarse en mitad del tablero internacional, con las palabras del líder del Kremlin que anunciaron la retirada temporal de Rusia del acuerdo con Estados Unidos para el control del armamento atómico. «Hemos escuchado amenazas implícitas de usar armas nucleares. El llamado uso táctico de armas nucleares es totalmente inaceptable. Ya es hora de alejarse del borde del abismo», declaró Guterres a la Asamblea General de la ONU, en un encuentro monográfico por el primer aniversario de la guerra.

Rusia ha denunciado repetidamente los envíos de armas y municiones de Occidente a Ucrania, un suministro de material fundamental para construir la resistencia a la agresión rusa. La ayuda del exterior ha procedido de todas partes; también desde Mallorca se han remitido distintas remesas a cargo de personas anónimas, entidades y la sociedad en general para apoyar a la población civil atrapada entre el fuego de la contienda. Según el Kremlin, cada envío de armamento pesado de los gobiernos aliados obliga a sus tropas a «trabajar» sobre el terreno ucraniano para «alejar la amenaza de sus fronteras».

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Las alianzas desplegadas a raíz del conflicto han puesto de relieve la importancia de las relaciones internacionales en las cuestiones más acuciantes de seguridad global y política internacional. Así, la agresión rusa a Ucrania ha recordado tiempos más propios de décadas pasadas con el alineamiento con matices de todos los actores internacionales tras Zelenski, Putin y lo que respectivamente representan ambos. Al primero, además de Estados Unidos, la Unión Europea y los integrantes de la OTAN –excepto Turquía– le ha manifestado solidaridad Suiza, país históricamente neutral que en esta cuestión sí ha decidido apostar por un bando sumándose a parte de las sanciones.

Sin embargo pocos muestran a Putin su apoyo inquebrantable en el plano internacional. Un reducido grupo de potencias menores justifican las acciones de Moscú en territorio vecino, pero su papel es relativo, caso de Bielorrusia o Siria, ambos Estados que han reconocido la anexión ilegal de las regiones ucranianas de Zaporiyia, Jersón, Donetsk y Lugansk mediante sendos referéndums unilaterales con escasos visos de transparencia impulsados por Rusia. Irán entró en juego con las remesas de drones suicidas que Teherán ha tratado a veces de justificar y otras de ocultar, dispositivos no tripulados que han cobrado mucho protagonismo en la fase de la ofensiva contra infraestructuras energéticas, que tanto sufrimiento ha causado en la población civil.

En este contexto, Turquía ha apostado por un difícil juego de equilibrios, encarnando en ocasiones al mediador para desencallar el tráfico marítimo de granos y cereales que amenazó de hambruna severa a partes muy comprometidas de África y Asia, y en otras mostrándose inflexible. Haciendo valer su posición de poder han impuesto condiciones a quienes como Finlandia y Suecia pretendieron cambiar su estatus y abonarse ahora al club del Tratado Atlántico Norte que por tanto tiempo denostaron.

Entretanto, China ha apoyado de forma pública y explícita los deseos multipolares de Putin, que buscan el fin de la hegemonía estadounidense en la geopolítica mundial, aunque sin exacerbar la tensión hasta el extremo. Incluso han impulsado en las últimas horas una propia propuesta para la paz, que sin embargo no exige la retirada de las tropas rusas de la tierra ucraniana. Los límites son relativos y difusos, y más con alguien como Putin, que acusó a Occidente en su discurso ante la Duma de ser poco menos que un epicentro de la perversión y la causa de todos los males bíblicos.

En otro discurso, hace ahora exactamente un año, el presidente de la Federación Rusa anunció ante el mundo una «operación militar especial» en Ucrania para «desmilitarizar» y «desnazificar» el país vecino. Según ha repetido en múltiples ocasiones, Kiev ha sometido al exterminio sistemático a las poblaciones rusas del Donbás y ellos, a cambio, han llevado el sufrimiento a toda Ucrania, tomando por el camino trofeos de guerra significativos. En la mente quedan la simbólica Mariúpol en el corazón del mar de Azov, la mayor central nuclear del continente en Zaporiyia o las valiosas minas de sal de Soledar. Lamentablemente, los hechos sobre el terreno parecen indicar que queda aun lejos la paz en Ucrania y en Europa que todo el mundo ansía.