Escuela destruida por un misil. | Gervasio Sánchez

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El viento empuja una corriente de aire polar que entumece los huesos y amplifica el ruido de las explosiones de los proyectiles y el intercambio de ametralladoras pesadas de la línea del frente en los alrededores de Bajmut, a más de 30 kilómetros de la ciudad industrial de Kostiantynivka, donde vivían casi 70.000 personas antes de la guerra.

Su casco urbano muestra las huellas de los bombardeos salvajes que sufrió durante el verano pasado. Este bastión ucraniano, estratégico para frenar una ofensiva rusa hasta Kramatorsk si se derrumba el frente en Bajmut, ha sido atacado en innumerables ocasiones por la artillería y la aviación rusas. La cercanía de una base militar ha supuesto un incremento del castigo artillero para sus ciudadanos.

Dos de las seis escuelas de la ciudad fueron destrozadas por proyectiles de alta precisión. Los rusos lanzaron el 20 de marzo un misil hipersónico ruso Kh-47M2 Kinzhal que se estrelló contra un depósito de combustible y provocó un gran incendio en la ciudad. Los bombardeos han continuado durante 2023 y la semana pasada otro misil arrasó un edificio residencial.

Alexandra se ha abrigado al salir de su casa para dejar la bolsa de la basura en un contenedor. «Estaba en mi apartamento cuando se produjo la tremenda explosión del impacto directo de un misil en el bloque de al lado que me hizo saltar de mi sillón», recuerda esta anciana nacida en 1936, tres años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Los cuatro pisos quedaron muy dañados en agosto y algunas paredes maestras se derrumbaron. «Estamos cansados de bombas, disparos y alarmas y sólo esperamos el final de esta situación», comenta la mujer de 87 años. Antigua enfermera, vive sola con una pensión de 4.000 grivnas, apenas 100 euros al mes, con la que «no puedo comprar las medicinas que me ha recetado el médico».

La anciana Alexandra sale de su casa a dejar la basura.

El 28 de abril de 2014, milicianos prorrusos de la República Popular de Donetsk asaltaron la comisaria de la policía de Konstantínovka y consiguieron desplegarse por varias calles alrededor del ayuntamiento poco después de iniciarse la guerra del Dombás. Las fuerzas ucranianas tardaron dos meses y medio en recuperar el control de todo el casco urbano. Tras el agravamiento de los combates en los pueblos cercanos y la ampliación de los territorios ocupados por los separatistas, miles de desplazados se instalaron en la ciudad.

Tras varios rechazos seguidos, Natalia sí acepta a hablar con el periodista en el mercado de la ciudad aunque oculta su edad con una ocurrencia chistosa: «Dejé de cumplir años a partir de los 18».

«Queremos vivir como antes de la guerra. Pero Estados Unidos y los políticos de un lado y de otro lo impiden», cuenta la mujer después de asegurar que «no apoya a ninguno de los dos ejércitos». Recalca que «sólo quiero la paz» y se indigna cuando piensa en la destrucción de amplias zonas del este de Ucrania. «Hay miles de muertos y los vivos tienen que enterrarse en subterráneos», dice con firmeza.

Sergeii acabó la secundaria y estudió cocina. A sus 20 años vive con su madre porque «es imposible encontrar trabajo en esta ciudad e independizarse». «¿Tienes miedo de que te recluten?» Tras respirar profundamente durante unos segundos responde: «No me importaría siempre que pudiera trabajar como cocinero». No tiene dudas al afirmar que lo que está viviendo Ucrania «es horroroso». «Ojalá se acabe esta pesadilla pronto. Sueño todos los días con el final de la guerra», reflexiona.

Refuerzo

El tránsito de soldados es continuo entre los puestos de comestibles y los pequeños restaurantes de comida rápida. La ciudad se ha convertido en el lugar preferencial para pasar unas horas lejos del frente aunque las deflagraciones se escuchan con nitidez. Los puentes y los cruces principales están reforzados con unidades blindadas. Los alrededores se están fortaleciendo con barreras de hierro y alambradas y en algunos lugares se cavan zanjas.

Una mujer se opone a que se fotografíe la tienda repleta de uniformes y botas militares, chalecos antibalas y toda la parafernalia militarista. Un hombre pregunta a la intérprete por qué se fotografía la entrada de una tienda con más vestuario bélico. «Todos los lugares fotografiados por los extranjeros son luego bombardeados por los rusos», dice muy enfadado.

Galina viene cada día al mercado a vender sus pastelitos de patatas y repollo que cocina en la casa donde vive sola desde hace muchos años. «Mi hijo está muy lejos de aquí, por suerte», explica. «Estamos cansados de tanto sufrimiento y tenemos esperanza en que llegue la paz lo antes posible», cuenta. «Una paz imperfecta es mejor que una guerra sangrienta», remata la traductora ucraniana a modo de despedida.

Bajmut sigue resistiendo un día más las embestidas de la artillería rusa a un alto coste en vidas humanas. La ciudad se ha convertido en el centro de los ataques más duros entre los defensores ucranianos y las fuerzas asaltantes invasoras, formadas por unidades de élite paramilitares del denominado grupo Wagner, vinculado a un oligarca cercano al presidente ruso, Vladimir Putin. La destrucción ya afecta a miles de edificios residenciales y apenas queda unos 4.000 civiles resistiendo en su casco urbano.

Los controles militares se intensifican en los alrededores de Bajmut. Los soldados ucranianos impiden la entrada de periodistas y, en algunos casos, cancelan los permisos de una forma especialmente tensa: quedándose con los salvoconductos. El objetivo: evitar que testigos independientes puedan mostrar lo que verdaderamente está pasando en una ciudad cercada.

El tránsito de militares por Kostiantynivka se ha multiplicado en las últimas horas. Una gasolinera a la entrada de la ciudad, a un puñado de metros de la carretera que lleva a Bajmut, es el centro de avituallamiento de centenares de soldados antes de proseguir el camino a la guerra.

A la salida de la ciudad los soldados del control militar bromean con el conductor y apenas se fijan en los extranjeros. Los bloques de cemento, obligan a hacer eses durante unas decenas de metros. En el último parapeto que sirve de protección a la garita militar resalta una gran lápida con un retrato de Putin.