El coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, coordinador del dispositivo policial para el 1-O, declara en el Supremo durante el juicio por el procés. 05/03/2019 El coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, coordin

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El Gobierno activó «el escenario B» el 1-O, que la Policía ejecutó «de forma exquisita», ante el «insuficiente, inadecuado e ineficaz» dispositivo de los Mossos, que más que impedirlo, facilitaron un referéndum que se desarrolló con graves episodios de violencia, murallas humanas y niños como «parapetos».

Es lo que ha explicado en el juicio del «procés» el coordinador del dispositivo policial contra el referéndum, el coronel Diego Pérez de los Cobos, que ha abundado en los episodios de violencia del 1-O que ya había detallado al tribunal por la mañana el ex delegado de Gobierno en Cataluña Enric Millo.

Dos declaraciones clave en un juicio donde la acusación principal, la rebelión, que pesa sobre nueve encausados requiere una violencia de la que la Fiscalía no duda.

Después de que Millo relatase las numerosas situaciones de «acoso, hostigamiento y violencia» que se vivieron en Cataluña desde principios de septiembre, cuando se aprobaron las denominadas leyes de desconexión, Pérez de los Cobos ha denunciado el «grado de virulencia» que la Policía se encontró el 1-O y ha tachado de «estafa» el dispositivo de los Mossos.

Y es que, a juicio de Pérez de los Cobos, los Mossos más bien contribuyeron a que se celebrara el referéndum. Tanto que en algunas ocasiones, ofrecieron «una imagen institucional de unas elecciones al uso» con dos agentes apostados en las puertas de los colegios.

Por eso, a primera hora del 1-O ya «no había ninguna duda» de que se daban las tres condiciones que habían preestablecido -«insuficiencia, inadecuación e ineficacia» del dispositivo de la Policía catalana-, para que el Gobierno activara «el escenario B», que suponía romper la coordinación con los Mossos y actuar por libre.

Ante este panorama, ha proseguido, las Fuerzas de Seguridad se encontraron «una situación de gravedad mayor» a la prevista con «grupos perfectamente organizados», tanto que hubo puntos en los que los agentes tuvieron que «abortar la actuación para evitar males mayores».
«Había quien repartía instrucciones y quien ejecutaba, vimos gente encapuchada y gente alertar de la proximidad de los agentes» para preparar, ha señalado, «esas murallas humanas» dispuestas a actuar «con la mayor contundencia posible», hasta el punto de colocar «a niños y personas mayores como la vanguardia de esos parapetos».

Frente a esta actuación, los Mossos actuaron con una «pasividad absoluta» o más aun, con «obstrucción directa» a la intervención policial en diez u once colegios y con la presencia de coches camuflados de los Mossos para hacer labores de contravigilancia.

Articularon un mecanismo «más contraproducente que beneficioso» basado en binomios de agentes sin capacidad para actuar que estaba «hecho para que no funcionara": «Si se ponen 30.000 o 40.000 (agentes) de nada sirve si se ponen mirando al lado contrario».

E incluso, según el testigo, antes del 1-O avisaron «a bombo y platillo» que no desalojarían los centros si, cuando llegasen a las seis de la mañana, había «una masa de ciudadanos», niños y ancianos, como así se produjo en algunos colegios ante el llamamiento de las entidades soberanistas de que fueran ocupados antes de las 5.

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Frente a la inacción de los Mossos, la actuación de la Policía y la Guardia Civil «pretendió ser siempre lo más escrupulosa posible» con «un uso exquisito» de la fuerza y donde «no hubo ninguna intervención contra votantes».

Poco antes de que declarase el testigo, se conocía la decisión de la Audiencia de Barcelona de reabrir un caso sobre las cargas policiales del 1-O al considerar que en algunos centros se empleó una «desmesurada violencia» pues los antidisturbios no pueden tener una «patente de corso» para usar la fuerza de forma «innecesaria y desproporcionada».

La pasividad de los Mossos relatada por De los Cobos pone en el punto de mira al mayor de este Cuerpo, Josep Lluis Trapero, a la espera de ser juzgado por rebelión en la Audiencia Nacional.

Con él, según ha dicho, le unía una «difícil relación» dado que Trapero nunca aceptó que fuese designado coordinador del dispositivo pues le veía más bien como una «injerencia» del Estado y así lo evidenció en una junta de seguridad «kafkiana» donde se mostró «en la línea» del Govern.

Ya lo había dicho Enric Millo en su testifical, en la que ha relatado el ambiente creciente de acoso que se vivía un mes antes del 1-O ante el «planteamiento suicida» del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, que le confesó no podía «dar marcha atrás» al referéndum.

Millo, que ha lamentado que su propia hija tuviese que limpiar una pintada que rezaba 'Millo muerte', ha denunciado hasta 150 episodios donde se llegó a «acosar, gritar, hostigar, amenazar» e incluso «agredir directamente vehículos y personas» para evitar actuaciones judiciales y donde incluso se arrojaron «objetos incendiarios».

Como De los Cobos, ha defendido la actuación de Policía y Guardia Civil y ha desvelado los «testimonios estremecedores» que le contaron días después, con dedos rotos, fracturas y un chaleco antibalas rajado de extremo a extremo con un «objeto punzante».

Incluso, ha dicho, un agente le contó que había caído en la «trampa del Fairy: verter detergente en la entrada de un colegio para que cuando los policías entraran, resbalaran, cayeran y luego les patearan en la cabeza».

Todo ello, ha dicho, en una jornada en la que Puigdemont alentó las murallas humanas y animó «a todo el mundo» a defender «las urnas y los colegios» como «si alguien estuviera atacando». Era, según ha dicho, «el mundo al revés».

Un 1-O que finalizó con una DUI que, en contra de lo que alegaron los acusados, no fue simbólica, ni una «broma», sino que «iba en serio».