Imagen de la proclamación del rey Felipe VI. | Europa Press

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«Una monarquía renovada para un tiempo nuevo». Ese fue el lema que condensó las intenciones con las que Felipe VI asumía la Corona hace ahora cinco años tras la abdicación de su padre, el rey Juan Carlos.

Fue el 19 de junio de 2014 cuando el hemiciclo del Congreso albergó la ceremonia de proclamación del nuevo monarca teniendo como testigos de sus compromisos a los representantes de todas las instituciones del Estado.

El lustro transcurrido desde entonces ha hecho realidad la llegada de esos nuevos tiempos, tanto para la institución monárquica como para la vida política, económica y social de España.

Si el rey ha intentado insuflar aire nuevo en Zarzuela, con medidas que por ejemplo han avanzado en su transparencia, ha tenido también que capear con un panorama político plagado de primeras veces: primera vez que había que repetir unas elecciones generales, primera vez que un candidato a presidente declinaba la propuesta de intentar ser investido, primera moción de censura que triunfaba...

Y sobrevolando todo ello, la crisis de Cataluña, que provocó otro estreno en democracia como fue el de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y cuya escalada le llevó a pronunciar el 3 de octubre de 2017 el que puede considerarse su mensaje más trascendental desde su proclamación.

Un discurso para hacer frente a la «deslealtad inadmisible» de los dirigentes independentistas y ante la que defendió que «los legítimos poderes del Estado» aseguraran el orden constitucional.

Fue su 23F. Esa es la reiterada comparación que se hace entre la intervención de don Juan Carlos la noche de 1981 en que tuvo un papel decisivo para frenar la intentona golpista y la que Felipe VI dirigió a la nación dos días después del referéndum ilegal por la independencia criticando duramente la actitud de los soberanistas catalanes.

Un mensaje que abonó la actitud de desprecio a la Corona y a su persona por parte del mundo independentista y que ha marcado las visitas que desde entonces ha realizado a Cataluña.

Entre ellas la que hizo tras la que a buen seguro fue unas de las jornadas más tristes de su reinado, la que llevó a las portadas los atentados terroristas en Las Ramblas barcelonesas y en Cambrils y que provocaron dieciséis víctimas mortales.

Felipe VI ha tomado decisiones que han pretendido evidenciar la conducta honesta y ejemplar que prometió en su discurso de proclamación, esa intervención con la que recogió el testigo de su padre tras unos años complejos para la institución monárquica.
Una auditoría externa para las cuentas de la Casa del Rey y la publicación tanto de las retribuciones de sus altos cargos como de los contratos y convenios suscritos y el grado de ejecución de sus presupuestos fueron algunas de esas iniciativas.

A ellas sumó un código de conducta para todos los trabajadores de la Casa, el recorte en un 20 por ciento de la asignación como jefe del Estado y la prohibición de que los miembros de la Familia Real acepten regalos que comprometan la dignidad de sus funciones.
Con la llegada de Felipe VI al trono esa Familia Real quedó reducida a seis miembros (don Felipe, doña Letizia, los reyes Juan Carlos y Sofía, Leonor, princesa de Asturias, y la infanta Sofía) y sus hermanas Cristina y Elena dejaron de tener ese estatus.


Pero, además, la ejemplaridad por la que apostó le llevó a tomar la difícil decisión de retirar a Cristina el título de duquesa de Palma a consecuencia del caso Nóos, por el que finalmente fue absuelta mientras que su marido, Iñaki Urdangarín, permanece en prisión.
Cinco años han dado para que Felipe VI viera cómo su padre decidía dejar de encabezar actividades institucionales coincidiendo con el quinto aniversario del anuncio de su abdicación, y cómo su primogénita, en su 13 cumpleaños, protagonizaba su primera intervención en público, la lectura de un artículo de la Constitución.
Un texto que el complicado ambiente político ha impedido reformar incluso en uno de los aspectos que puede concitar mas acuerdo: la supresión de la prevalencia del varón en la sucesión a la Corona.

Sin urgencias para ello, el rey quiso que otro aniversario especial para él, el de su 50 cumpleaños, tuviera un significado simbólico y, por eso, escogió esa fecha, el 30 de enero de 2018, para imponer a su hija y heredera del Trono la máxima condecoración española, el Toisón de Oro, como símbolo de continuidad dinástica.
Los reyes han procurado que las apariciones públicas de sus hijas sean limitadas, pero ya han avanzado que este año estarán presentes por vez primera en la entrega de los premios Princesa de Asturias y Princesa de Girona.
Mientras tanto, ellos han protagonizado todo tipo de actividades junto a los sectores más diversos de la sociedad y han ido llenando una agenda internacional condicionada en buena parte por la provisionalidad política.
Pese a ello, ya han acudido al Vaticano, han visitado los países europeos con monarquías parlamentarias con el Reino Unido a la cabeza, han visto en Washington a los dos últimos presidentes estadounidenses, Barack Obama y Donald Trump, han viajado a Marruecos y se han desplazado a varias naciones latinoamericanas.


Media década después del relevo en la Corona y con grupos sociales y políticos cuestionando la institución monárquica, la vida política sigue empeñada en hacer difíciles los pronósticos tras las elecciones generales del 28 de abril.
Es un ingrediente del tiempo nuevo al que aludía el rey aquel 19 de junio de 2014 y que aún tiene mucho recorrido por delante. El primero de sus lustros no puede decirse que haya sido fácil.