Imagen de un avión nazi. Los bombardeos desplegados durante la Segunda Guerra Mundial por la Luftwaffe se ensayaron en buena medida años antes en la Guerra Civil española. | Redacción Local

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Dos mil personas murieron en los bombardeos que hicieron tristemente célebre a Gernika. El artista internacional Pablo Picasso inmortalizó los horrores de la guerra en una pintura largamente estudiada y ensalzada, para algunos el cuadro más célebre del siglo XX. Este martes, 26 de abril, se cumplen 85 años del bombardeo sobre la población de Gernika, y por este motivo acude el Lehendakari vasco a un acto con algunos de los supervivientes de la masacre, que empezó a primera hora de la tarde con el avistamiento de los primeros aviones de la legión Cóndor nazi, provenientes de Vitoria, Soria y Burgos, prestos a desatar durante tres horas muchas toneladas de bombas y mucha muerte. Era un lunes y había mercado.

La cuestión del bombardeo de Gernika ha sido ampliamente estudiada y debatida por los especialistas en historia contemporánea y militar y existe un consenso extendido sobre que esta operación de aviación fue utilizado por los nazis como un ejercicio de entrenamiento ideal para la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana creada meses antes por el Tercer Reich. Aquello que se proyectó en algún momento como una operación de destrucción de un pequeño puente para cortar el repliegue de las fuerzas republicanas vascas hacia la capital vizcaína se quiso aprovechar para atemorizar a la población, disminuir la moral del enemigo y propiciar la caída definitiva del frente del Norte.

Cómo arrancó el ataque que destruyó el 85 por ciento de Gernika. El bombardeo de la vecina Durango había trasladado un creciente nerviosismo entre la población, que sufría la escasez de algunos recursos importantes como la gasolina. Sin embargo el mercado transcurrió como era acostumbrado y aunque resulta difícil de precisar, las autoridades locales cifran el número de personas entre las 10.000 y las 12.000 personas ese día en Gernika.

A las 16:20 horas el tañido del campanario de la iglesia de Santa María avisó de que los aviones de los fascistas alemanes y, en menor medida italianos, se aproximaban peligrosamente. Muchos corrieron a los refugios habilitados en los días previos y se encerraron durante cuatro horas. Otros no lo consiguieron. Los bombarderos y cazas espantaron a la población y la forzaron a entrar precipitadamente en los refugios, en el centro de Gernika. Pero este era un movimiento perfectamente estudiado.

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Las primeras bombas destruyeron los tejados y en buena parte los edificios, dejando al descubierto toda la estructura de madera para atacarlos después con bombas incendiarias. Se habla de un fuego incontrolable y temperaturas de más de 1.500 grados centígrados que provocaron un «enorme incendio en Gernika, que pudo verse desde pueblos situados a muchos kilómetros». Finalmente, los supervivientes que intentaban escapar del centro urbano fueron ametrallados por los cazas volando a baja altitud, que perseguían que nadie abandonara el perímetro de fuego.

La prensa internacional se hizo eco del bombardeo de Gernika, una noticia de primer orden e impactante por la desproporcionalidad de la fuerza del ataque contra un objetivo irrelevante para el curso de la guerra e indefenso.

Urkullu jura su cargo en Gernika, en una ceremonia marcada por la covid
El último Lehendakari juró su cargo a los pies del simbólico árbol de Gernika. Foto: Efe.

Mucho se ha escrito y dicho sobre el ataque de la aviación nazi a Gernika, un paso previo al avance de las tropas nacionales por tierra en su anhelo de dominar Bilbao, importante núcleo industrial y baluarte republicano del norte de España. Pero subyace aun un asunto central. Y es que la importancia de Gernika iba más allá de su aspecto netamente geográfico.

«Gernika era y es desde tiempos inmemoriales, un lugar cargado de simbolismo e importancia para todos los vascos como símbolo de la democracia y los derechos históricos. Nada podía hacer más daño en Euskadi que destruir la villa que vio cómo el primer Lehendakari vasco juraba su cargo bajo el Árbol de Gernika». Y así se sigue haciendo ahora, mucho después de las bombas y el horror de la guerra.