Vista del monte Gurugú, este domingo en la provincia de Nador (Marruecos). Las autoridades marroquíes detuvieron esta madrugada a 17 personas migrantes en una redada en el monte Gurugú cercano a Melilla, donde desde hace días se congregan pequeños grupos de subsaharianos. | Efe

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«No sabéis lo que ha sido esto». Ali duerme cada día junto a su puesto de golosinas en el monte Gurugú. Hoy tiene los ojos vidriosos. No ha dormido porque las redadas han vuelto a los bosques, donde los migrantes se congregan de nuevo desde hace días para intentar otro salto. Los pinos del Gurugú, la tristemente famosa montaña marroquí que sirve de refugio a los migrantes antes de aventurarse a saltar la valla para entrar en la ciudad española de Melilla, vuelven a servir de improvisada vivienda para decenas de subsaharianos.

Y con ellos se repiten las redadas policiales, que se extienden a ciudades marroquíes cercanas donde se han comenzado a congregar cientos para intentar un nuevo cruce. Lo hacen pasados cuatro meses de «tregua» tras la conocida como «tragedia de Melilla» del 24 de junio (24J), cuando entre 1.700 y 2.000 migrantes, la mayoría sudaneses, intentaron cruzar la valla fronteriza y entrar así en España en un episodio que le costó la vida a al menos 23 de ellos.

Ali (nombre ficticio) ha sido testigo de muchas redadas en el Gurugú, pero desde junio no se habían repetido. A los supervivientes del cruce más multitudinario y mortal que se recuerda en la valla, las autoridades marroquíes los metieron en autobuses y los trasladaron a ciudades lejanas, donde algunos curaron sus heridas en la calle. Pero ahora, según informaron a EFE fuentes de seguridad y confirmaron los propios migrantes, se están preparando para un nuevo salto, cansados de malvivir en las aceras, parques y edificios abandonados de Casablanca o Rabat, siempre con una sola idea en la cabeza: el sueño europeo.

Muchos son sudaneses, que cruzaron miles de kilómetros huyendo de la guerra y la pobreza hasta acabar en Marruecos, el último paso antes de cruzar a Europa. El intento de junio, en el que sus compatriotas sufrieron aplastamiento, asfixia por los gases policiales y violencia de los agentes -sin contar a los que fueron devueltos a Marruecos «en caliente» nada más pisar suelo español-, les dejó huella, pero el deseo de cruzar es más fuerte.

En los últimos cinco días, cuenta Ali, «empezaron a llegar» al Gurugú y en la noche del sábado al domingo se produjo la redada. «Detuvieron a 17. Eran muchos. Los descubrieron los perros, que empezaron a ladrar», explica este hombre en la cuarentena. En la zona recreativa donde Ali tiene su puesto, las familias marroquíes pasan una jornada calurosa de domingo dando de comer a los macacos, ajenas a la violencia que solo horas antes se producía en ese mismo lugar. «Han pegado a los gendarmes, llevaban cuchillos y palos», dice el tendero, que también fue testigo de la violenta redada la víspera del 24J, cuando resultaron heridos 116 agentes marroquíes en enfrentamientos con unos 500 emigrantes, sin que trascendiera el número de subsaharianos que sufrieron heridas. Desde ese 23 de junio por la noche, cuando tras la redada los migrantes decidieron dirigirse en masa a la valla, el Gurugú había estado tranquilo, atestigua a su lado Abdelkader Tauil, con chaleco amarillo, silbato al cuelo y gorra de la bandera marroquí.

Lleva toda la vida, dice, guardando los coches de los domingueros y ha visto a muchos subsaharianos pasar. «Se esconden por el día y salen por la noche para buscar algo para comer», explica, pero ahora, añade, «hay muy pocos». «Ya no hay como antes, ahora hay menos». Dar con ellos no es tarea fácil. Suelen esconderse en los riscos de este monte de mil metros de altura junto al mar. Y tras la redada que quitó el sueño a Ali tienen aún más cuidado. Solo se encuentran, con suerte, restos de ropa y latas recién consumidas, pero ni rastro de los sudaneses.

Al final de un camino, donde se produjeron los enfrentamientos del 23 de junio, ahora ya no hay nadie, solo un grupo de cuatro amigos marroquíes pasando el domingo. Entre ellos un profesor de primaria de la zona que prefiere no dar su nombre. «Se escucharon helicópteros toda la noche», afirma. «Las autoridades nos dicen que hay que tener cuidado con ellos, pero viven tranquilamente. En el Gurugú hay vacas, hay ganado, y no tocan nada. Dicen que son peligrosos, pero no es verdad», añade.

Pero se teme que los sudaneses, que entran desde hace más de un año a Marruecos desde la frontera argelina (Acnur registró 1.300 entre junio de 2021 y el mismo mes de 2022), marquen un antes y un después en los métodos de cruzar a España por tierra. El intento del 24J se caracterizó por un «modus operandi» distinto a los anteriores, al producirse de día, por un paso fronterizo, en un grupo numeroso y armados con palos de madera, frente a los «tradicionales» de grupos pequeños, de noche y sin otras armas que elementos para escalar la valla.

Ahora, estos sudaneses vuelven en un goteo de grupos pequeños a la zona y los 17 detenidos del monte no son los únicos que se han producido estos días en la provincia de Nador, la ciudad marroquí fronteriza con Melilla también a la falda del Gurugú. Entre el sábado y el domingo, según fuentes de seguridad consultadas por EFE, se arrestó a otros 200 en esa provincia, y en ciudades cercanas como Berkan y Uxda (a 80 y 130 kilómetros al este de Melilla) se están congregando cientos, venidos muchos de Casablanca. Las autoridades temen que se podrían movilizar hasta 5.000 personas de producirse una nueva intentona, a las que ni los gases lacrimógenos, ni las porras, ni la distancia les persuaden para renunciar a lo que les empujó a salir de un país en guerra.