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Ojo con residuos tan resistentes como el prolífico chicle tan adherido al suelo en muchas ciudades, porque su lenta degradación puede triplicarse en el fondo marino, en donde la baja concentración de oxígeno lo hace menos biodegradable, advierten expertos a en vísperas del Día Mundial de los Océanos.

El problema del chicle -cuya goma base en casi todos los casos suele ser una mezcla de polímeros sintéticos del tipo de los elastómeros- es su creciente presencia pegado a todo tipo de superficies (asfalto, aceras, muros de edificios) en las ciudades, denuncian organizaciones ecologistas.

En capitales muy concurridas la cifra de chicles adheridos al suelo puede oscilar fácilmente entre tres y cinco unidades de media por metro cuadrado, según cifras facilitadas a Efe por Greenpeace, en vísperas del Día Mundial de los Océanos, el 8 de junio.

En cuanto al coste de limpieza por retirarlos, el promedio rondaría los 12 céntimos de euro por unidad a lo que se sumarían los daños medioambientales del posible uso de jabones o productos químicos no sostenibles para despegarlos.

Por su parte, la industria de fabricantes del chicle destaca las múltiples acciones emprendidas en los últimos años para concienciar sobre la necesidad de depositar este residuo en lugares adecuados y no arrojarlo indiscriminadamente al medio ambiente tras su consumo.

Históricamente, los hombres han mascado gomas provenientes de resinas de árboles desde hace miles de años. Las resinas empleadas provenían de árboles como el abedul, el lentisco o el manilkara sapota, conocido como el árbol chiclero y de ahí el nombre actual de la golosina, recuerdan los expertos.

No obstante, el chicle actual también se emplea con fines farmacológicos al introducir sustancias terapéuticas que se liberan al mascarse. Un ejemplo claro son los chicles de nicotina que ayudan a eliminar la dependencia del tabaco.

Pero más allá de sus posibles bondades, la vida de este producto es larga: al menos cinco años es lo que tarda la goma para degradarse «de forma considerable», explica el catedrático de ingeniería de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) Ricardo Díaz Martín, además de decano del colegio Oficial de Químicos de Madrid y vicepresidente de la Asociación de Químicos de Madrid.

Además, «los chicles son menos biodegradables en lugares de baja concentración de oxígeno como ocurre en los fondos marinos», en donde el tiempo de degradación podría triplicarse, añade Díaz Martín.

La goma de los chicles es quimiodegradable en presencia de oxígeno. La velocidad de degradación es muy lenta en condiciones atmosféricas normales.

«En el agua la concentración de oxígeno es menor que en el aire y según se bajan metros bajo la superficie, tanto la luz como el oxígeno reducen su concentración», aunque «habría que conocer las condiciones de cada lugar: según la zona existen diferentes profundidades». No obstante, «la salinidad del agua marina favorece la cinética de muchos procesos de degradación», añade el experto.

Para retirar el residuo del suelo, la solución pasa por el uso de agua a elevada temperatura y presión para reblandecer la goma y arrastrarla aunque ciertos jabones o tensioactivos incorporados al proceso producen mayores daños ambientales, advierte el catedrático.

En el caso de tejidos, lo recomendable sería frotar con hielo el material afectado para que la goma se congelara y las fuerzas intermoleculares del polímero superaran las existentes entre el polímero y la fibra.

En cuanto al objetivo de introducir el chicle dentro de la denominada economía circular -para su reutilización y reducción de desechos-, según el experto, se exigiría apostar por la creación de gomas sintetizadas por métodos biotecnológicos que garantizan la biodegradación completa del polímero sin perder sus propiedades mecánicas.

Desde Greenpeace, el responsable de la campaña de plásticos, Julio Barea, ha instado a la concienciación para no arrojar indiscriminadamente al medio ambiente los chicles después de su uso, tras advertir del largo proceso de biodegradación de este residuo.

Desde Mars Wrigley, uno de los mayores fabricantes mundiales de chicle, recuerdan que desde 2010 la Fundación de esta compañía ha apoyado varios proyectos educativos en 35 países, con donaciones a la Federación para la Educación Ambiental (FEE) para las escuelas que se inscriben en la «campaña menos residuos» con acciones que han llegado a más de 1,8 millones de estudiantes, y en España la iniciativa incluye a unos 25 colegios.

Hace un par de años, desde Mars se firmó una colaboración directa con Ecoescuelas, la delegación española de FEE, para desarrollar materiales educativos relacionados con los residuos en base a las 3R (Reducción, Reutilización y Reciclaje).