Carlos Adrover pagó cerca de 1.000 euros por el ave, una hembra que ha bautizado como ‘Tyson’,

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A los nueve años, Mike Tyson era un niño pobre, con sobrepeso y gafas. Acudió a una tienda de animales de Brownsville (Brooklyn) con el dinero que había robado en una casa y compró palomas. Un matón de su barrio cogió una de las aves y la escondió debajo de su abrigo. «¿Quieres el jodido pájaro?», le dijo. A continuación, le arrancó la cabeza y se la arrojó, manchándole la cara y la camisa de sangre. Tyson lanzó puñetazos a lo loco y uno de ellos tumbó al chaval. Esos pájaros le ayudaron a sobrevivir en el barrio marginal donde vivía.

Los años pasaron y se convirtió en el campeón de los pesos pesados más joven de la Historia. Noqueó a 44 rivales, cayó al infierno de las adicciones y estuvo tres años en la cárcel por violación. Su amor por las palomas nunca se desvaneció a pesar de los golpes que le dio la vida y a sus 52 años continúa criándolas. Una de ellas ha acabado en manos del mallorquín Carlos Adrover, que la exhibió en la pasada edición de Fira de la Pedra de Binissalem.

«La compré en una subasta online de Portugal en 2016 por la gracia de que era de Tyson», cuenta el joven. La paloma mensajera, al poco tiempo de instalarse en el palomar de Adrover, en Marratxí, derribó una madera rota de una ventana y escapó. Al cabo de tres días regresó. «Llegó reventada, parecía que había hecho 2.000 kilómetros».

El ave participó en una competición en Algarve, quedó clasificada la 237 de 3.000 y fue subastada. «La puja fue entretenida, se prolongó durante 15 días», explica su actual propietario, que pagó cerca de 1.000 euros por el pájaro, una hembra de tres años que ha bautizado como ‘Tyson’. «Es una paloma velocista, de 350 o 400 kilómetros».

WhatsApps

La afición por las palomas de Carlos Adrover empezó casi a la misma edad que la del exboxeador. «La historia es graciosa. Mis padres se separaron y en aquel entonces no había móviles. Mi padre se compró una finca en Biniagual y había un palomar que me llamó la atención. Para hablar con mi madre tenía que ir a una cabina del pueblo que estaba lejos. Mi padre me regaló unas palomas mensajeras que luego dejaba en casa de mi madre y yo le decía a ella que me las soltara con un mensaje en la pata. Los primeros WhatsApps con mi madre fueron a través de las palomas».