Entre los siglos VIII y XI los pueblos nórdicos de Europa vivieron una expansión comercial y militar sin precedentes, gracias en buena medida a su pericia como navegantes en mar abierto. | Pixabay

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En los siglos más oscuros de Europa los pueblos escandinavos vivieron un momento de expansión comercial y militar sin precedentes. Las orillas del Báltico, Normandía, las islas Británicas e Irlanda conocieron de primera mano la furia vikinga, en forma de ratzias puntuales para robar riquezas y apresar esclavos, o de incursiones que se prolongaron durante largos periodos.

Entre el siglo VIII y XI los drakar vikingos, largos barcos algunos adornados con una cabeza de serpiente marina en la proa, también llegaron al Mediterráneo. Saquearon y destruyeron Algeciras, conocieron Sicilia y quizás puntos más orientales de nuestro mar. Al norte del continente descubrieron Islandia, la tierra negra de hielo y fuego. Y en todos esos periplos quedó patente una constatación: los vikingos fueron grandes navegantes.

Pero ¿qué permitía a los antiguos nórdicos orientarse en mar abierto, sin brújulas ni amplios conocimientos astronómicos, como los antiguos griegos o fenicios? La respuesta es sugerente. Utilizaban una piedra 'mágica', el espato de Islandia, una variedad de calcita o carbonato de calcio cristalizada, que amplía las figuras que se ven a través de ella.

El perfil divulgador Gila explica en varias publicaciones en Twitter cómo funcionaba esta piedra tan especial, que servía a los marinos para encontrar el sol y guiarse a pesar de que el cielo estuviera tapado durante días y días. Para ello tan solo necesitaban hacerle una marca con un carboncillo.

A continuación la explicación gráfica y teórica sobre cómo se utilizaba.