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Nuestra cultura occidental procede de las civilizaciones de la antigua Roma y antigua Grecia, y de ellas hemos heredado numerosas costumbres aún en plena vigencia. Una de ellas es el culto a los recién nacidos.

Cuando un bebé nacía, en la Grecia antigua se consideraba un evento de la mayor importancia y tras el alumbramiento, se celebraba una ceremonia religiosa para realzar la importancia del momento.

Se trata de la 'Anfidromia' (en griego, ἀμφιδρόμια, de las palabras griegas amphi —alrededor— y dromos —pista para correr—) era una ceremonia religiosa que se celebraba entre los griegos el quinto día, o según otros, el séptimo o el décimo, después del nacimiento de una criatura.

Consistía principalmente en dar vueltas a una hoguera, teniendo el niño en los brazos, presentándolo a los dioses lares y dándole en seguida un nombre delante de todos los parientes.

Los parientes, por su parte, acostumbraban a hacer pequeños regalos al recién nacido y terminaba la función con un suntuoso banquete. Se solía ofrecer un pulpo a la parturienta, probablemente para su purificación.

Además, la vivienda de los padres recientes solía adornarse en su parte exterior con ramas de olivo si el niño era niño, o con guirnaldas de lana si el niño era niña.