Jaume Espases, especializado en la reconstrucción de la aureola y el pezón de mujeres que han padecido cáncer de mama.

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Pocos pueden decir en alto que llevan a cabo un trabajo que les llena personal y profesionalmente. Jaume Espases es uno de esos afortunados. Se dedicó durante años a la escultura, pero la crisis económica de 2010 le obligó a ampliar sus miras y a adentrarse en el mundo del tatuaje. Nunca pensó que de la noche a la mañana se terminaría convirtiendo en tatuador terapéutico. Por sus manos han pasado ya más de 250 mujeres que buscan recuperar sus autoestima tras una mastectomía que les ha cambiado la vida. La labor de Jaume es devolvérsela.

Todo empezó cuando una clienta habitual de su estudio le hizo una petición inesperada: tatuar a su madre, recién recuperada de un cáncer de mama, la areola y el pezón mastectomizados. Jaume no tardó ni un segundo en aceptar el reto, ya que durante años había pintado al óleo retratos hiperrealistas. Se veía capaz de afrontar el proyecto. Ahora, nueve años después, es uno de los pocos especialistas en Baleares especializado en reconstruir los pechos tras una intervención tan dura.

Jaume se ha especializado tanto en este campo, que ha terminado abriendo Último paso, una empresa especializada en la estética reparadora del pezón y la areola. «Las mujeres que vienen a consulta necesitan recuperar la autoestima, arreglar el daño causado por el tratamiento y verse como eran antes -explica el especialista-. Llegan en un momento muy delicado de sus vidas. Cada consulta me toca ganarme su confianza. Es un trabajo tan agotador como apasionante. Y le aseguro que no lo cambiaría por nada», recalca.

Cada caso es diferente, cada mujer es diferente. Todo depende de la operación. Como mínimo son dos horas de trabajo. El precio varia, pero cuesta unos 750 euros. «Tapamos las cicatrices, corregimos las 'mordidas' después de coser, difuminamos para que la areola se integre con el pecho, incluso tatuamos pecas artificiales. Todo para lograr la mayor naturalidad posible», apunta el tatuador, que recuerda que su consulta se ha terminado convirtiendo en un baño de lágrimas cuando muchas pacientes se han visto meses después de que le practicaran una mastectomía: «Lloran ellos, lloro no. Me quedo con ese agradecimiento silencioso».