Mariam Salem Mohamed Embarek. | Angie Ramón

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El dolor más fuerte de una madre es la pérdida de un hijo, pero no saber si sigue muerto o vivo durante más de 40 años, es algo indescriptible. Hubiera preferido saber que ha fallecido». Este es el duro relato de Mariam Salem Mohamed Embarek, que con 93 años todavía no sabe qué le ocurrió a Mohamed Ali con tan solo 26 años.

Mariam es una de las miles de afectadas por desapariciones durante la guerra contra las tropas marroquíes. Casi todas las madres saharauis hemos perdido a un hijo», confiesa Mariam, sentada a su otro hijo benjamín, Sidahmdat, en su jaima ubicada en Bojador. La Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (Afapredesa) denuncia que todavía hay 526 personas que no han sido localizadas desde la guerra y 60 presos políticos que continúan bajo el control marroquí. Desde los últimos 47 años, las tropas marroquíes han realizado 30.000 detenciones arbitrarias y se calculan 4.700 desapariciones forzadas. El número de fallecidos superan también los 30.000 saharauis hasta 1991.

Mariam es una mujer que dio a luz a ocho hijos. Ahora solo le queda Sidahmdat y tres hijas. Arrastra las duras vivencias de ver morir a tres varones, que cayeron en batalla, y el dolor irreversible de uno desaparecido. Si le preguntan qué le mantiene viva todavía, confiesa que la fe hacia Allah.

El día de la desaparición

Sidahmdat, hijo de Mariam, relata que cuando estalló la guerra «mi hermano no se sentía bien y quiso venir para luchar por su pueblo». Pero en 1981, Mariam recibió la noticia de que Mohamed Ali había desaparecido, sin saber si estaba muerto o vivo. «Mi madre se volvió muda durante 20 días y se fue sola a caminar. Con la muerte de su primer hijo, años antes, se quedó ciega totalmente». «Mohamed Ali era un niño muy bueno, estudioso y respetuoso con su familia», expresa entre lágrimas Mariam, pero su dolor no le impide continar: «Ir a la guerra era una tarea que debía asumir yo como todas las madres saharauis».

Mohamed, prosigue Sidahmdat, «hizo cosas impensables durante la guerra, como robar un camión repleto de marroquíes sin que le pillaran. Él tenía claro que se alistó para combatir, no para repartir kilos de harina». En 1997 se produjo un intercambio de presos. Se estima que 66 presos saharauis por las tropas marroquíes pudieron ser liberados. Entre ese grupo, el hijo de Mariam no estaba. «Cada día pienso en él y durante muchos años tuve esperanza de que volvería. Ahora sé que lo encontraré en el otro mundo». Estas son las palabras de una madre derrotada.

A sus 93 años, Mariam no ha borrado las imágenes más duras de su vida. La muerte la ha acompañado durante años. Su marido permaneció en el Sáhara ocupado desde 1975. Mariam asumió la crianza, sola, de sus ocho hijos. En 1988 falleció atropellado por un coche de forma inesperada. Sidahmdat, que coge de la mano a su madre, pide una respuesta justa para todos los desaparecidos de la guerra. «Encontrarlos vivos o muertos, pero al menos encontrarlos».

Grupo balear

La Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (Afapredesa) recibió a los representantes de la Associació d’Amics del Poble Sahrauí de Balears, del Govern y del intergrupo parlamentario para conocer el trabajo que realizan con las familias afectadas. Ayer, el grupo balear, antes de finalizar este viaje, visitó las instalaciones de Media Luna Roja Saharaui y ayuda humanitaria que llevan a cabo.

El apunte

Cuaderno de viaje

Las despedidas son dolorosas y más cuando una familia que, sin conocerte, te hace sentir como si estuvieras en tu propia casa. La mañana de ayer fue de llantos y abrazos. La delegación balear desplazada a Tindouf emprende viaje hacia Mallorca pero con regalos y un amor incondicional.

La partida. El último día nos despidió con lluvias y mal tiempo. No supimos hasta última hora del día si la situación meteorológica afectaría a nuestro vuelo para regresar a España vía Madrid. De noche, y en convoy, llegamos todos a tiempo al aeropuerto de Tindouf.

Tristeza contagiosa. Hubo diputados del grupo balear, como Alice Weber, que no podían ocultar su pena. De hecho, dejó de llorar desde el sábado. El resto le acompañamos enseguida. Umetha, la saharaui que me ha acogido en su casa, se despidió de mí entre llantos con un efusivo abrazo difícil de olvidar.