El Benidorm Fest no logra escapar de la extravagancia que hemos asumido como único camino para conquistar Eurovisión. Aunque la propia experiencia del eurofestival nos diga que el impacto del brilli-brilli no basta para traspasar en televisión.
La propia Melody ya participó en la gala de preselección de Eurovisión en 2009 con su ballet de cachas y otros mimbres parecidos. No hemos cambiado tanto como creemos. Entonces, la cantante actuaba con Los Vivancos, que terminaron abandonándola antes de llegar la final del programa y, encima, sufrió un fallo de su micrófono de diadema en la primera semifinal. Así que tuvo que volver a empezar a cantar Amante de la Luna con un micro de mano, fastidiándose la coreografía.
En este 2025, para no perder la costumbre, también Melody ha sufrido algún fallo de sonido. También fue en la semifinal. Ella viviendo tradiciones colaterales. Pero cuenta con la virtud de que relativiza el traspiés y tira para delante sin la irritación que te deja atascada en el error. Inteligente. Las consecuencias de la técnica tampoco ha sido impedimento para ser una de las favoritas de los eurofans, tal vez porque cuenta con ese ramillete de ilusiones y tópicos que tanto dan de qué hablar a los que rezan a divas de la música. Pónmelo con todo: que si una peineta gigante, que si un columpio del que colgar a la artista para estirar una bata de cola kilométrica, que si un cambio de vestuario, que si un break dance, que si chispas, que si la canción dice "huracán" y coge su pelo en modo coleta para darlo vueltas a lo Gloria Trevi. Porque Melody canta muy a lo Gloria Trevi. Ya la imitó en Tu cara me suena.
A favor de su actuación está en que Melody es fiel a sí misma. Desde niña hemos conocido su intensidad verbal. Siempre ha hablado como si fuera una folclórica de setenta años en el siglo XX. Y, otra cosa no, pero la actuación es tan intensa como ella. Coherencia. También puede ayudar que la puesta en escena tira de elementos que se asocian a España en el resto del mundo. Que se nos reconozca a golpe de vista puede ser un aliciente.
El problema es que la escenografía se ve como un puñado de tópicos metidos a presión. Son tres actuaciones en una, incluido el momento de lucimiento vocal para despeinar a eurofans. Tan sobreactuado que no se sabe muy bien si está cantando o sufriendo un dolor de barriga. Por suerte, en la final ha pulido el rugido vocal. Y ha demostrado todo su poderío, que es mucho y peleado durante dos décadas. Lo que ya de por sí hace parecer a Melody merecedora del premio.
Pero hace falta una historia televisiva más definida en la propuesta visual para impulsar una canción poco potente para Eurovisión. Una canción que llega bastante tarde a las tendencias que interesan a Europa. La suerte es que Melody cuenta con una fabulosa cualidad vital bajo las luces de colores: se cree su propio personaje. Está particularidad le da una tranquilidad y seguridad que la permite controlar sin titubear la escena y sus galimatías. Queda que su talento no se pierda en las miradas europeas engullido por un ir y venir de golpes de efecto, toca pulir televisivamente su show hacia la sensibilidad que nos une y no hacia los gritos que nos despistan.
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