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Una vieja idea de los economistas, para mejorar los resultados esperados del sistema educativo, es utilizar el bautizado por Milton Friedman como "cheque escolar", que tiene reputación de ultraliberal, en sentido peyorativo, cuando en realidad consiste en mejorar uno de los servicios públicos más esenciales: la educación. Manteniendo la financiación pública y la producción pública y privada como hasta ahora.

El principio es simple: el Estado asigna a cada familia o a cada estudiante, sin tener en consideración sus ingresos, un cheque escolar válido para la escuela pública y la concertada. El sistema se complementa con transparencia por parte de los centros en cuanto a los recursos utilizados y de los resultados alcanzados, a fin de otorgar a los padres una mayor posibilidad de elección, eludiendo los mapas escolares, ahora impuestos por los gobiernos. También requiere de un mayor margen de maniobra para la gestión de los centros, y mayores grados de libertad de cátedra y pedagógica de los propios docentes.

Pese a su lógica y bondad el sistema de cheque es ampliamente rechazado por buena parte del establishment educativo. Temiendo, paradójicamente, la potencial competencia que genera el disponer de mayor capacidad de actuación sobre el propio trabajo.

También se ha dicho que en España no se puede aplicar al tener asignaciones presupuestarias mucho mayores los centros públicos que los concertados. Lo cual, sin embargo, podría ser fácilmente solventado otorgando a los primeros una cuantía fija por centro de la que no gozarían los privados, a fin de mantener el actual reparto entre ambas categorías.
Pero en cualquier caso, ante la magnitud del rechazo, quizás fuese conveniente iniciar su aplicación en otros ámbitos en donde su implantación resultara más sencilla, y generara una menor aversión. Tal es el caso de los centros de formación de profesorado, los cursos vinculados a las políticas activas de empleo, o en las subvenciones para centros especiales de empleo.

En todos estos sectores se podría introducir el cheque de una forma muy sencilla, reduciendo muchísimo las necesidades burocráticas y, por tanto, los costes de gestión. Incluso permitiendo, por ello, incrementar los recursos destinados a sus finalidades genuinas.

Hay que pensar que el actual sistema de subvenciones implica la realización de numerosísimas comprobaciones para verificar que se cumplen los requisitos establecidos por la administración. Mientras que con el sistema de cheque sería suficiente con la acreditación de los centros.

Como todo cambio de envergadura, el cheque genera temores y suspicacias, por lo que iniciar su utilización de forma pausada, programada y con el mayor grado de consenso podría constituir una vía para hacerlo; siempre y cuando exista la voluntad de mejora necesaria.