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Conocí la “colonia” de Son Serra hace más de 50 años, cuando comencé a cortejar a la que ahora es mi mujer.

Ya existía lo que llamaban el Hotel y al lado de la casa de mis suegros, la primera casa construida por el abuelo Juan Massanet. Ambas se alejaban lo suficiente de la primera línea de mar para evitar el efecto del viento de Tramuntana en invierno, que con tanta fuerza azota a Son Serra. Este efecto se puede comprobar por la cantidad de pinos que crecían absolutamente tumbados a ras de suelo.

La memoria de aquellos tiempos me lleva a recordar, eso sí en verano, un auténtico paraíso: no había luz ni teléfono, tampoco, por supuesto, TV; el agua de todo uso era de un pozo y la potable de cisterna. Cada casa tenía su propia fosa séptica y por las noches, desde la terraza, se podían contar las estrellas… ¡Irrepetible!

También tenía su parte dramática debido al desconocimiento de la peligrosidad de la Tramuntana, al no haber, como hoy, los vigilantes de playas. Hemos sido testigos de auténticos dramas.

Mi mujer me cuenta que de niña, en pleno verano y antes de urbanizar las playas de Son Serra, bajaban a bañarse a la playa sus tías y hermanos con las antiguas galeras, conducidas por los “garriguers”, los cuales lo primero que hacían era despejar de gente (máximo una docena de pescadores de caña), y así evitaban ser vistas, y eso que solo se bañaban en el “corral des Mabres”.

La ventaja que tuvo Son Serra fue que la gran playa de sa Canova de los Truyols, al fracasar la macro urbanización proyectada y empezada, ahora la disfrutamos los de Son Serra. Con sus maravillosas aguas, de las mejores de Mallorca, además estaba totalmente solitaria, aunque no demasiado cuidada, por motivo de pertenecer al municipio de Artà, al cual no le producía ningún beneficio económico, además de estar lejísimos.
Dichas playas están divididas por el torrente de na Borges. La otra parte pertenece al Ajuntament de Santa Margalida, y su ayuntamiento se preocupa de organizar el inmenso tráfico de coches y caravanas, función más que necesaria, pues sin ella sería un auténtico caos.

Dicho ayuntamiento, cuyo alcalde es Juan Monjo, tiene la “llave de entrada” a estas playas.
Aprovecho esta ocasión para pedirle al alcalde que al disponer de una brigada para regular el tráfico, les sería fácil también regular las normas establecidas, a fin de que los usuarios de las playas dispongamos de una calidad de baño de mar.
Les relaciono varias de ellas:
1. Impedir el acceso de perros.
2. Regular el acceso a las playas de las excursiones a caballo, con la obligación de retirar los excrementos de éstos.
3. Implantar la prohibición de fumar.
4. Que la basura que generan los almuerzos o cenas de los bañistas se depositen en las mismas bolsas que han traído en los contenedores existentes.
5. Tener acceso, por teléfono móvil, al responsable de la Policía Local, para informarles de cualquier infracción.
Conseguir estos apartados sería el principio para conseguir la excelencia, meta en la que la mayoría de usuarios de Son Serra de Marina, creo, se identifican.