TW
0

Hace tiempo que la candidatura de la Menorca Talayótica aspira a conseguir su título mundial como patrimonio de la humanidad por la Unesco. Si uno hojea la hemeroteca, se sonroja de las veces que se ha publicado que estábamos a las puertas de conseguirlo, que tras conseguir todos los beneplácitos necesarios del Consejo de Patrimonio Histórico, organismo que elige las candidaturas que se presentan, París estaba a la vuelta de la esquina con nuestro título (año 2015).

Por desgracia, hace dos años la candidatura fue rechazada por el Comité de Patrimonio Mundial de la propia Unesco, reconociendo nuestro potencial pero recomendando enmendar las objeciones planteadas en el informe previo que había redactado el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios conocido como Icomos. En abril de este año supimos que por decisión propia del Consell Insular de Menorca, no sería hasta 2022 o 2023 cuando volveríamos a intentar pasar de nuevo el examen, reiniciándolo de nuevo de arriba a bajo para llegar con las máximas garantías. Así lo anunciaba el conseller de Cultura Miquel Àngel Maria, que sabe que presentarse ante la Unesco no es como probar suerte en la final de la Champions.

Cada año, unos cincuenta parajes naturales o culturales presentan su candidatura para ser declarados Patrimonio mundial con el objetivo de que se les otorgue protección en beneficio de toda la humanidad. Sin embargo, me asusta leer en Le Monde Diplomatique que cuando la Unesco concede esta catalogación, también orienta fuertemente los flujos turísticos y que el soplo de aire fresco que puede suponer el turismo cultural a veces puede llegar a ser devastador, tal y como reflexiona Geneviève Clastres en su artículo.

En este sentido, existe un verdadero ‘efecto Unesco’ y si no se prepara el terreno con inteligencia puede ser un combate contra el turismo de masas que ya está sucediendo en muchos sitios. En el artículo apunta ejemplos de éxito y de fracaso donde se habla de soluciones en las que hay que pensar, como áreas de estacionamiento integradas en el paisaje así como señalizaciones informativas y preventivas, una cuestión que a nivel de playas se nos atraganta desde hace tiempo. Cuestiones nada fáciles de armonizar entre lo económico, lo ecológico y lo humano, donde vale más prevenir para que la proclamación de la Unesco no sea un regalo envenenado de turismo cultural, tal como reza el título del artículo de Geneviève Clastres.