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Paradójicamente dos importantes fuentes de desigualdad social provienen de políticas pretendidamente sociales, como lo son la legislación laboral y el exceso de gasto público justificado como redistributivo. Es decir, como ocurre tantas veces en economía, decisiones bienintencionadas acaban produciendo consecuencias no intencionadas.

Nuestra legislación laboral genera dos tipos de trabajadores muy diferenciados, pues por un lado están los insiders que gozan de la ventaja de estar protegidos en su puesto al ser muy difícil que los despidan. De manera que poseen una gran capacidad de negociación, sobre todo si están organizados tal como ocurre en la propia administración pública o en otros sectores privilegiados protegidos de la competencia. Además, socialmente son mayoritarios como fuerza electoral.

Para que todo lo anterior pueda ser efectivo, la otra cara de la moneda la conforman los outsiders que están en la situación opuesta. Sus contratos son temporales, los costes de despido bajos, van al paro con frecuencia, están poco o nada organizados y conforman una minoría social carente de influencia política, lo que dificulta cualquier reforma.

Tanto los miembros de una categoría como de la otra pueden tener cualquier edad, pero en esta segunda se encuentran muchos jóvenes. Para ellos será difícil hacer planes de vida, mejorar su formación, formar una familia o, incluso, observar el futuro con ilusión. De manera que experimentan una de las peores lacras derivadas de esta injusticia: la frustración.

Otra fuente de desigualdad es consecuencia de las irreductibles montañas de deuda gubernativa, cuya única forma de financiar es mediante políticas monetarias totalmente laxas que, sin embargo, no dinamizan la actividad económica porque, hoy por hoy, el coste financiero no es el freno a la inversión empresarial. Más bien lo es la incertidumbre generada por este mismo tipo de política.

Pues bien, los tipos de interés negativos tienen efectos inflacionarios en los inmuebles, haciendo mucho más difícil el acceso a la vivienda, sobre todo, a los outsiders, puesto que mientras muchos insiders ya tienen compradas sus casas y experimentan por ello un efecto riqueza; los precarios ven alejarse sus posibilidades de alcanzar el poder pagar una simple vivienda en la que llevar una vida independiente.

Esta desigualdad entre insiders y outsiders tiene peores consecuencias vitales que las derivadas de las diferencias de renta, pues impide la planificación de la propia vida debido al riesgo de quedar fuera del sistema.

En el mundo económico y social con frecuencia los razonamientos son contraintuitivos. Por ello puede ocurrir que algunos problemas sociales sean el resultado de acciones pretendidamente encaminadas a paliarlos. El problema es que, como se sabe, en política lo importante son las apariencias y no la realidad.