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Aunque todavía no se ha cerrado el balance económico de 2019, en términos generales puede afirmarse que ha sido un año menos positivo de lo esperado. Antes de comenzar el ejercicio, la mayoría de organismos que ofrecen estimaciones y predicciones de crecimiento para la economía balear consideraban probable una tasa de crecimiento superior al 2,5%, y hoy es evidente que nos situaremos ligeramente por debajo del 2%.

No cabe duda de que, en un contexto exterior más favorable, especialmente de la eurozona, el balance económico del último año hubiera sido mejor. Sin embargo, no se puede obviar que el Archipiélago se encontraba ya a finales de 2018 en una fase muy madura del ciclo, lo que a lo largo de este nuevo ejercicio seguirá explicando que Balears mantenga un comportamiento similar al del año pasado y continúe, por lo tanto, erosionando su contador de crecimiento.

Y es que la economía balear afronta 2020 sin la esperanza de nuevos estímulos externos: los tipos de interés ya están en niveles muy bajos y la capacidad de endeudamiento público ha tocado techo, sobre todo en la periferia de la zona euro, España incluida. Así que solo un cambio en los determinantes internos será capaz de evitar que la economía balear pierda fuelle a un ritmo más intenso que el de sus vecinos.

Son estas circunstancias las que, en 2020, recomiendan una política económica y empresarial alejada del corto plazo o de las oportunidades coyunturales que ofrecen los mercados y más centrada en el medio plazo o en los retos estructurales que se esconden detrás de los diferenciales negativos de productividad que las Islas han ampliado durante las dos últimas décadas con sus principales competidores europeos.

El año 2020 aparece, pues, como un año clave para iniciar un proceso de reformulación estratégica. El escenario de fondo, más que invitar a ello, prácticamente podría decirse que solo deja dos opciones: transitar o detenerse. El guion describe, también, los pasos a seguir con una exactitud escrupulosa. Solo cabe que los actores regionales alcancen una interpretación visual de lo que serán los cimientos de una economía orientada, de ahora en adelante, a la generación de mayor valor y no a simple la captación de más volúmenes. Una economía que, más allá de adjetivos (verde, azul, circular, funcional, digital, colaborativa, abierta, regenerativa, del bien común, social, solidaria, feminista, inclusiva…), mida la competitividad (empresarial o regional) no solamente en términos económicos, sino también de progreso social y bienestar.

Individualmente, no faltan razones para acoplar las exigencias de este escenario y actuar estratégicamente para recomponer los procesos de producción. Pero, socialmente, el reto de Balears está en alinear bajo este escenario a todo el tejido social y económico, entendido transversalmente, pues incluye empresas (de cualquier sector y tamaño), administraciones (independientemente de su nivel competencial), agentes intermedios (desde organizaciones empresariales y sindicales a asociaciones del tercer sector) y centros de investigación y formación.

Porque se trata de asegurar y optimizar la colaboración de todos en favor de la transición de un modelo de crecimiento, que hasta la fecha se ha basado en la acumulación de más recursos productivos, a otro centrado en el aprovechamiento de los recursos productivos existentes. En Impulsa Balears, desde luego, trabajaremos para ir generando un conocimiento que pueda ayudar a hacer realidad este tránsito.