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Recientemente tuve la oportunidad de participar en el encuentro virtual sobre salud organizado por Bankia Forward y Ultima Hora. En el mismo, Jesús Navarro, experto en tendencias, expuso de forma extensa y pedagógica las macrotendencias de futuro en el sector salud. También, hace relativamente poco tuvimos la oportunidad de escuchar en la sede del COMIB al Dr. Frederic Llordachs, socio fundador de Doctoralia -una plataforma que cuenta con 36 millones de usuarios y 125.000 especialistas médicos-, que diseccionó el perfil del nuevo consumidor de servicios de salud, esbozó el escenario del momento y la transformación en el que se encuentra. Añado el reciente el informe 2021 Global Healthcare Outlook elaborado por la consultora Deloitte, que marca la hoja de ruta a seguir por los sistemas sanitarios.

Todos hablan de transformación, de cambio de paradigma, de nuevos actores y, sobre todo, de un uso intensivo y extensivo de tecnologías para satisfacer a un consumidor o paciente con mayores conocimientos y un alto nivel de exigencia, a la vez que se busca mejorar la eficiencia en los procesos. Todos coinciden también que la COVID-19 ha actuado de acelerador, dando un importante impulso a la implementación de tecnologías digitales. Por ejemplo, la telemedicina ha crecido de forma exponencial en nuestro país -algunos lo cifran en un 150%-, mientras que la tecnología de la monitorización influye positivamente en el comportamiento de los usuarios, ya que hasta un 75% reconoce que contribuye a mejorar los hábitos saludables, según Deloitte.

Coinciden, como he mencionado, en anunciar un perfil de consumidor o paciente mucho más formado y exigente. Más empoderado, diría. Pero ¿de qué carece este consumidor o paciente para resultar verdaderamente empoderado ante este nuevo escenario que se avecina?

Desde mi punto de vista, carece de poder y control absoluto de decisión sobre sus datos de salud, es decir, de convertirse en ‘propietario’, en un actor activo y no pasivo como ocurre ahora. Disponer de estos datos a voluntad, que sean interoperables, que se puedan consultar fácilmente previa autorización, tanto por profesionales que ejerzan en el sistema público o de la privada. Esta propiedad es un derecho y la tecnología que lo hace posible se encuentra ya a nuestro alcance. El blockchain es una herramienta tecnológica que permite, entre otras aplicaciones, el almacenamiento de datos de salud. Sin lugar a duda se requiere de un rigor minucioso en la gestión y unas salvaguardas importantes en materia de seguridad para preservar la inviolabilidad de este derecho tan trascendente. Esta tecnología es garantía de ello.

No obstante, el camino para que podamos decidir sobre nuestros datos de salud de forma individual no está exento de dificultades. Nos encontramos ante un importante gap entre realidad tecnología y realidad social. Nos enfrentamos a barreras culturales, sociales y legales.

Pese a encontrarnos ante estas grandes dificultades, sería un grave error no aprovechar, como sociedad, este momento de transformación y de cambio para abordar esta cuestión y trabajar activamente en el escenario que permita alcanzarlo.