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La insularidad es una cualidad multiatributo en la que tiene cabida el resumen de variadas características (geográficas, económicas, sociales, ambientales…) detrás de las que se esconden, por tanto, condiciones de vida. Quizás por ello, la insularidad viene motivando un largo y, en ocasiones, intenso debate sobre los condicionantes –reconocidos, frecuentemente, como hándicaps– que las regiones insulares europeas afrontan.

El pasado miércoles tuve la oportunidad de participar en la Comisión de Despoblación y Reto Demográfico del Senado para presentar un análisis comparado del equilibrio competitividad-prosperidad en el que situar, estratégicamente, el hecho insular que afecta a 18 de las 233 regiones de la UE-27. Varias conclusiones se desprenden de la ponencia presentada:

1. Todas las regiones insulares europeas revelan una puntuación competitiva inferior a la media de la UE-27. Ello explica que, en el ranking de competitividad elaborado por la Fundación Impulsa Balears, todas las regiones insulares, a excepción de la finlandesa Åland, se sitúen en los primeros quintiles de la distribución, que corresponden a tramos de competitividad ‘baja’ –como es el caso de Balears y Canarias– o ‘muy baja’.

2. Desde esta posición, la distancia de la frontera, determinada por la región líder -Estocolmo–, es amplia para todas las regiones insulares, pues la mayoría apenas ha recorrido la mitad del arco de puntuaciones. Nuevamente, estos resultados revelan una elevada disparidad entre las islas, que afecta a Balears y Canarias.

3. Con todo, no se puede obviar que la trayectoria competitiva de las regiones insulares está influenciada por el entorno nacional al que pertenecen, pues éste actúa como una ‘línea base’ en torno a la que fluctúa el comportamiento competitivo de las islas. Desde esta perspectiva, se observa que las islas se sitúan, por término general, a la cola de sus respectivas naciones. Respecto de España, Balears y Canarias se posicionan, en el marco de las 19 comunidades y ciudades autónomas, en la segunda mitad de la distribución.

4. Paralelamente, las regiones insulares sitúan, a excepción de la finlandesa Åland, su nivel de renta, ajustado por la paridad del poder de compra, por debajo de la media europea. En el caso Balears, se registra un diferencial negativo de aproximadamente 3 puntos y más de 25 en el caso de Canarias.

5. Estos diferenciales negativos han tendido, además, a ampliarse durante las dos últimas décadas en 15 de las 18 regiones insulares europeas, entre las que se encuentran Balears y Canarias. Este proceso ha provocado, por ejemplo, que Balears, a la luz de la erosión año tras año de su capacidad de generación de renta, haya pasado de superar en más de una quinta parte la media de la Unión a situarse por justo por debajo. Desde esta perspectiva, Balears ha pasado de gozar de un nivel de renta ‘muy alto’ (propio de regiones con una renta superior al 110% de la media) a un nivel ‘alto’ (con rentas entre el 90% y el 110% de la media), cuestión que la ha relegado de la posición 48 a la 98 del ranking europeo de 233 regiones.

Así las cosas, puesto que correlación entre ‘competitividad global’ y ‘prosperidad’ es innegable, es clave para Balears forjar una visión-región compartida que integre el hecho insular, como cualquier otro atributo específico susceptible de ser calibrado para, seguidamente, ser puesto en valor. Solo de esta forma es posible revertir los desequilibrios competitivos acumulados a fecha de hoy y garantizar, así, su contribución al agregado nacional.