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Estimados lectores, los calores del verano y sus largas tardes se diluyen en últimos coletazos de la entrada de un otoño incierto y oscuro para muchos. La terrorífica pandemia que ha sesgado la vida, el trabajo y los negocios de otros tantos, parece deambular en un semicontrolado estado crónico de seudocomplacencia. Los fondos europeos prometidos en ayudas a paliar los efectos de la devastación vírica parece que van camino de aterrizar y nuestros actuales gobernantes nacionales, en su decrépita y narcisista autocomplacencia, se erigen como salvapatrias y exigen un clamor popular como el de Octavio Augusto en su retorno a Roma tras la conquista de Egipto. Pero la alegría es siempre efímera en la casa del pobre. Y muy a nuestro pesar, por muchas cifras y datos macroeconómicos y estadísticos que intenten insuflarnos, el papel lo aguanta todo, somos un país endeudado, dependiente y de monocultivo: turismo y servicios.

Cuando una parte de nuestro ocio parecía salir de su estado comatoso y nuestros vecinos abrían sus fronteras permitiendo viajar de nuevo a sus ciudadanos, sin previo aviso nos ha azotado otro rayo desde los cielos en forma de factura de la luz. La energía, que es un derecho fundamental al que debe tener acceso todo ciudadano, sin una aparente lógica y explicación, de un tiempo a esta parte ha pasado a convertirse en un codiciado bien de lujo. La magnitud del asunto ha llegado a tal punto que a diario nos informan en los noticieros de los infames porcentajes de encarecimiento que va a suponer encender una lámpara o un aspirador al siguiente día. Recuerda en algo a las subastas de arte de Christie’s o Sotheby’s, con clientes coleccionistas millonarios y pujando siempre hacia arriba y sin límite. ¿Alguien puede entender cómo algo tan de primerísima necesidad como es la energía eléctrica haya subido alrededor de un trescientos por cien en un año? ¿Cómo se entiende ese mercadeo especulativo en el que se nos anuncia que mañana nuestro bolsillo va a estar un poco más depauperado que hoy y pasado mañana más que mañana?
Como de costumbre la reacción oficial es echar balones fuera, prometer que con el paso de los tiempos eso se va a solucionar o estabilizar, no dicen quién, ni cuándo, ni cómo, y como contraprestación suprimirán temporalmente el impuesto del IVA e intentarán marear y pedir limosna a las grandes compañías eléctricas. También nos cuentan que con la subida de la luz las materias primas a nivel mundial subirán como muchas otras cosas como las relacionadas con la energía: petróleo, gas, carbón y la repercusión en la factura de empresas y hogares resulta inminente y del todo ineludible.

Por ello querido lector, considero de conveniencia recordar que en nuestra España de los noventa, teníamos eléctricas “públicas” de máximo nivel como Endesa, Fenosa, Red Eléctrica, Viesgo, y otras muchas de menor relevancia que con los gobiernos de Felipe González y José María Aznar fueron vilmente privatizadas, para el beneficio y conveniencia de unos pocos y la desgracia de casi todos. Empresas públicas de un sector estratégico y vital, y que ahora son nuestros enemigos y algunas de capital extranjero. Pero querido lector, no se apure, tenemos una cincuentena de exministros y altos cargos políticos con sueldos astronómicos en esos holdings energéticos que velarán para el bien de todos nosotros.

No sé ustedes, yo sin luz no veo rumbo…