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Fueron 13 delegados, más dos comisarios del Komintern de la internacional socialista con base en Moscú, los que fundaron el partido comunista chino (PCC) el 1º de julio de 1921, sin poder imaginar que un siglo más tarde, China dirigida por el PCC, se pudiera convertir en la primera potencia mundial.

La China de 1921 no podía ni pensarlo. Era una República frágil, nacida algunos años antes del hundimiento de un imperio debilitado por su enfrentamiento con la Europa del siglo XIX, luchando con los “señores de la guerra”, y con las amenazas del militarismo nipón.
La epopeya triunfal del partido comunista chino es evidentemente excepcional. Ha sobrevivido al que fue su mentor al principio, el PC soviético. El PC chino tomó buena nota de la decadencia soviética y aprendió muchas lecciones, destacando entre ellas las que trataban sobre la perpetuación del poder totalitario. La primera es contar con una base social que tenga algo que perder, será la clase media china que reemplazará al proletariado y a los campesinos como principal sostén del régimen comunista.

La segunda es la determinación de Xi Jinping actual presidente, quien implantará implacablemente su ideario después de dudarlo sus predecesores: “No hay sitio para el pluralismo, para las ideas occidentales de sociedad civil, de derechos del hombre, de universalismo. El partido debe dirigir y controlarlo todo, él es la nación y el Estado”. Cuando Xi Jinping se dirigió recientemente a los taikonautas que estaban orbitando en la nueva estación espacial china, estos le han dado el tratamiento de camarada secretario general y no el de señor presidente. La línea jerárquica es bastante elocuente.

El número uno del PCC tiene en sus manos la mayor concentración de poder que existe. El mundo no tiene necesidad de una confrontación con China cuando hay tantos problemas pendientes de resolver, comenzando por el cambio climático y el temor de que la gloria del centenario no sea una mala consejera; a fuerza de reescribir la historia se corre el riesgo de olvidar el exorbitante coste humano de los errores del pasado. Los sueños chinos no siempre han acabado bien.

Algunos puntos débiles aparecen cuando el gobierno chino maneja restricciones. La educación online es un buen ejemplo. Ha sido una de las actividades más innovadoras y de más rápido crecimiento de China en los últimos años. Las empresas han utilizado software inteligente para ofrecer cursos individualizados a millones de alumnos, muchos de los cuales son pobres. Tres cuartas partes de los gastos financiaron empresas que ofrecían servicios a escolares en lugar de a estudiantes universitarios.

Este fenómeno resultó demasiado para un gobierno, que valora el control por encima de todo. Las autoridades comenzaron a ver las tarifas de la educación como una carga adicional para los padres, lo que potencialmente los desanimó a tener más hijos, un problema cada vez más acuciante a medida que la población de China comienza a disminuir. Los medios estatales, canalizando su Marx interior, hablan del fin de “la era del crecimiento”.

El objetivo inmediato de Xi puede ser humillar a los magnates y dar a los reguladores más control sobre los mercados digitales rebeldes. La ambición más profunda del Partido es ajustarse a lo planificado. Los autócratas de China esperan que esto agudice la ventaja tecnológica de su país mientras impulsa la competencia y beneficia a los consumidores.