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Estábamos de lleno pendientes de la evolución del coronavirus -especialmente de esta maldita sexta ola que ha llegado, como siempre, a destiempo y que nos pilla con el paso cambiado-, tratando de visualizar -por enésima vez en estos dos últimos años- cuándo arranca la temporada turística, si estaremos a tiempo para que lleguen cicloturistas, si se reactivan definitivamente los hoteles, si pueden comenzar los trabajadores fijos discontinuos… cuando en los titulares de los medios de comunicación aparece el anuncio de una modificación de la Ley General Turística que, por cierto, no hace tanto que fue promulgada.

Al parecer y a la espera de leer la letra pequeña de este anunciado cambio legislativo -del cual ni siquiera se ha comenzado su tramitación parlamentaria ni de la cual consta ningún proyecto- se pretende que las Illes Balears sean reconocidas como el primer destino circular del mundo. Ante todo, asombra que este anuncio no se haga en la tierra objeto de esta pretensión sino en Madrid, no sé, quizás nuestros gobernantes, a los que no les importan las querencias y necesidades de sus administrados, están demasiado acostumbrados a rendir tributo a un poder central omnímodo y quieran anunciar ante la metrópolis que son alumnos aplicados y destacados, deseosos de congraciarse y recibir una palmadita en la espalda por parte de una superioridad que de otra manera ni siquiera sabría de su existencia.

A estas alturas nadie en el sector turístico rehúye ni quiere estar alejado de todo lo que suponen los términos sostenibilidad y circularidad. De hecho, son muchas las empresas que ya han puesto en marcha prácticas empresariales que coadyuvan hacia la transformación social y cultural que subyace en ellos, decididos a ir por esa senda. Ahora bien, sustituir lo que tendría que ser voluntariedad por obligatoriedad, especialmente en los primeros estadios de este proceso e imponer sin dejar que se canalice un período de tránsito que conciencie y forme en primera instancia y después se vaya implementando paso a paso con seguridad y tienda hacia ese objetivo, es algo ciertamente temerario porque ya sabemos que la solidaridad forzada no es solidaridad y tiene el peligro implícito de frenar y ralentizar el objetivo pretendido.

Ahora es el momento de ser ágiles, no poner cortapisas y facilitar el hecho de viajar. A nivel general no se tienen reservas suficientes en firme como para desviarse del objetivo inmediato de la recuperación turística, hay que incidir en recuperación de vuelos y restablecer conectividades perdidas. No es por tanto el momento de acometer inversiones forzadas a corto plazo, especialmente cuando venimos de años pésimos y con una acumulación de deudas muy importante. Además, focalizar, exigir y apostar todo el arrastre de la circularidad en los hoteles no se alinea para nada con una estrategia integral de destino que de momento se basa mayoritariamente en una economía lineal. Ir a la búsqueda de un turismo sostenible y regenerativo y que además proteja el entorno sociocultural es contradictorio si no incluye, no se consensúa y no se acuerda con todos los sectores del entramado socioeconómico del territorio.