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Hoy quería empezar hablando de Benidorm, pero no sobre la polémica generada tras el prefestival de Eurovisión, sino tras su paso por Fitur hace escasamente un par de semanas.

Una presencia en la que se puso de relieve su plan de sostenibilidad turística como ejemplo tractor de competitividad a nivel nacional y del que se destacaron múltiples acciones previstas que pasan, por ejemplo, en la creación de un observatorio de sostenibilidad o la implementación de sensores medioambientales para cumplir con la Agenda 2030, tratando de convertir esta ciudad de los rascacielos que dan sombra a la playa (así la recuerdo una vez que estuve de visita) en un destino seguro, un eje estratégico crucial para avanzar hacia la sostenibilidad del turismo en el municipio.

Que conste que todo ello me parece muy legítimo, solo faltaría, pero entiendo que Benidorm nos habla de querer convertirse en un destino sostenible como lo están haciendo muchos otros territorios y por ello, arqueo las cejas contrariado, quizás equivocado, que entre todos estamos pervirtiendo lo que significa ser un lugar sostenible, que hay una intención generalizada de greenwashing a todos los niveles y que aquellos que fueron pioneros en preservar su entorno sacrificando el beneficio inmediato, van a perder pronto su valor y su diferenciación. Me explicaré. Tengo muy claro que el concepto de sostenibilidad se acuñó en Menorca a finales del segundo milenio a.c. coincidiendo con la edad de bronce en el Talaiotico inicial porque no existe manera más sostenible de coexistir como demostramos en su momento. Que si se decidió preservar la isla fue por convencimiento, por nuestra manera de ser, porque de algún modo, lo llevábamos en los genes. Porque como se dijo en la mesa redonda sobre innovación natural que tuve la suerte de moderar en Fiturtechy, a veces innovar también quiere decir no hacer nada o no hacer seguidismo de lo que hacen los otros. Posteriormente, en 1993 la Unesco nos reconoció como Reserva de la Biosfera porque se reconoció el alto grado de compatibilidad conseguido entre la conservación del rico y diverso patrimonio natural y cultural y el desarrollo económico y social de su población. Ahora, treinta años después, estamos empezando a recoger los primeros frutos de aquella manera de entender las cosas y protegerlas pero curiosamente, otros destinos también quieren posicionarse en este reconocimiento. ¿Es sensato que esto pase?