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Al igual que la tecnología y la innovación, la gobernanza se erige, hoy en día, en un pilar fundamental de la gestión de los destinos turísticos. Y es que los principales retos que afronta el turismo no se pueden abordar, ni mucho menos resolver desde la acción individual. Prueba de ello es que la competitividad turística se sostiene sobre una amplia gama de pilares, que van desde los recursos de base (naturales y culturales) y las infraestructuras turísticas, a la integración tecnológica, el funcionamiento del mercado laboral y el entorno de negocio (con consideraciones administrativas, fiscales y legislativas).

Sin embargo, hay que ser conscientes, que al hablar de gobernanza turística estamos hablando de la implementación de una ‘innovación social’ y que, como tal, partimos de dos premisas básicas: nos remitimos (1) a algo poco (o nada) experimentado previamente; y (2) a algo que se basa en intangibles (confianza, compromiso, consenso). Además, en muchas ocasiones, cuando se reconoce un modelo de éxito, este depende de factores muy concretos y particulares del destino, actores o entorno en el que se ha desenvuelto, de manera que ni el modelo es reproducible en otro contexto, ni seguramente los indicadores que miden su rendimiento pueden ser, por consiguiente, los mismos.

Existen, pues, tantos modelos de gobernanza como destinos. Incluso en un mismo destino, la diversidad organizativa y funcional de los actores, tanto públicos como privados, que confluyen hace difícil dar con una fórmula única y magistral. Lo que está claro es que, desde la experiencia de Balears como comunidad eminentemente turística, debemos evolucionar hacia fórmulas de gestión de los destinos que no se queden en lo general, ni abusen de la negociación ‘dos a dos’ para afrontar los importantes retos que nos depara el futuro. Establecer un modelo de gobernanza, siempre en paralelo a un modelo operativo basado en la inteligencia, requiere cambiar el chip y avanzar a trabajar ‘con’ los actores y no ‘para’ los actores: desde el consenso sobre la ambición tecnológica, energética, territorial…, en definitiva, turística para la que se trabaja, hasta la evaluación permanente de los resultados obtenidos. Formar una buena tetrahélice del sistema turístico del destino (o para cada una de las problemáticas) a tratar es un buen paso.

Además, es preciso reconocer que la gobernanza turística se enfrenta a importantes desafíos:
(1) Desde la vertiente más estratégica, es necesario superar la forma de planificar tradicional, que sigue muy sujeta a criterios políticos y administrativos; en general, a límites territoriales.

(2) Desde la vertiente operativa, a pesar de que se empiezan a dar pasos interesantes en materia de inteligencia turística, es necesario disponer de sistemas que recojan, traten y analicen información estratégica para la toma colectiva de decisiones; sistemas sólidos, fuertemente apoyados en las tecnologías digitales y el talento humano y, sobre todo, estables. Iniciativas puntuales no dan el rédito esperado y, en general, no justifican la inversión inicial.

(3) Y, por último, desde la vertiente más cultural, es preciso cultivar la importancia que reviste la creación de valor compartido para avanzar en nuevos objetivos de competitividad del destino que redunden en más y mejores réditos tanto desde un punto de vista privado como social.