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Dentro de una semana empieza el verano turístico, la temporada alta que va del último fin de semana de marzo al último de octubre, seis meses en los que las empresas turísticas de todo tipo tienen que acumular los beneficios que les permitan operar el resto del año. Canarias, por supuesto, tiene la temporada cambiada y sus hoteles funcionan todo el año.

Tras la hecatombe que tuvo lugar a partir de marzo de 2020, el consenso de los profesionales y la Administración era de que en el 21 se recuperaría un 50% de actividad, que aumentaría al 80% en el 22, para volver a los niveles previos a la pandemia en el 23. Esas previsiones se están cumpliendo.

En el caso de España el año pasado, el turismo extranjero se quedó en un tercio del anterior con lo que la previsión se consumó gracias al tirón del turismo nacional que no viajó al exterior.

Todo cambió el 24 de febrero con la brutal invasión de Ucrania y las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea y Estados Unidos a Rusia, que han traído como consecuencia directa el desplome del rublo, y las limitaciones al tráfico aéreo que impedirán a los rusos viajar al resto de Europa.

¿Cómo se va a comportar la demanda este verano? Una vez descartados los clientes orientales y con la incertidumbre de los americanos, siempre temerosos, habrá que comprobar cómo reaccionan los principales mercados europeos. Las reservas han oscilado bruscamente según las informaciones, con la respuesta clásica de a mayor cercanía al conflicto más inseguridad y al mismo tiempo mayor deseo de pasar las vacaciones en un lugar lo suficientemente cercano del que poder regresar fácilmente. Será un verano de los europeos en Europa, la mayor parte de ellos en su propio país.

En el lado positivo existe una demanda no satisfecha, una importante bolsa de ahorro y una amplia oferta tanto de transporte como de alojamiento a precios competitivos.

En lo negativo, ya terminado marzo, seguimos con inseguridad respecto al fin de la guerra, un previsible incremento de los billetes de avión y una disminución de la renta disponible a causa de la inflación.

El número total de europeos que pasarán sus vacaciones de verano en otro país europeo, será todavía un 15-20% inferior al del año 2019. La lucha por la cuota de mercado será implacable y demostrará lo capacitados que están los sectores turísticos de cada país para esa dura competencia.

Turquía, que recibió más de siete millones de rusos en 2019 (4,7 en el 21) está tirando precios para cubrir un hueco tan importante, con un producto adecuado para las familias británicas y alemanas. Las reservas van bien, pero lejos del último año «normal». También Egipto, Chipre y Grecia sentirán el agujero ruso.

En España la ausencia de rusos se notará especialmente en la Costa Dorada pero no influirá en los precios en el resto de la oferta. Nuestra ventaja de proximidad y en consecuencia de menor coste de transporte es clara en el caso Gran Bretaña, Francia y equilibrada en el caso de Alemania y los países nórdicos.

La partida se juega en el coste del alojamiento y en las ventajas no monetarias como seguridad, conocimiento y experiencia. Las últimas juegan a nuestro favor, la primera no.

A pesar de todas las dificultades, el turismo español superará el verano con el índice de actividad previsto, pero de nuevo gracias al turismo interior.