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La guerra entre sensores plantea nuevos desafíos. Nuestro relato se apoya en cuando Azerbaiyán atacó a su vecina Armenia el 27 de septiembre de 2020. Fue un enfrentamiento sangriento con más de 7.000 vidas perdidas. La guerra anterior entre estos países, que se prolongó desde 1988 hasta 1994, había dejado a las fuerzas armenias un enclave técnico dentro de Azerbaiyán. En 2020 en solo 44 días, Azebdaryán, que partía con algunas ventajas, había recuperado las tres cuartas partes del territorio que había perdido, tenía más población, mayor presupuesto militar, muchas más piezas de artillería y una fuerza aérea mejor equipada. También una flota de drones adquiridos parte en Turquía y parte en Israel, controlando a distancia, que podían lanzar bombas y misiles, permanecer en el aire casi 24 horas. Con ellos volaron más de dos sistemas de defensa aéreas y decenas de piezas de artillería y cientos de vehículos blindados.

Líderes militares de todo el mundo siguieron esto avatares con interés y declarando «las características de una forma diferente de guerra terrestre ya son evidentes» y que pequeñas guerras ya están aportando lecciones bastantes importantes. Los drones en sí eran solo una parte del plan de estudio. El resto abarcaba los sistemas de mando, control y comunicaciones que recopilaban información sobre qué atacar, decidían prioridades y las llevaban a cabo. Las comunicaciones vía satélite permiten a los comandantes tácticos ver lo que vieron los drones y alimentarlos con objetivos identificados por otros medios. Este tipo de guerra altamente interconectada es algo que los tecnólogos militares han estado trabajando durante décadas. Sus impulsores imaginan un «espacio de lucha»: partiendo de un campo de batalla anticuado, visto a través de binoculares, bidimensional, de barcos, soldados y tanques, pero extendido verticalmente hasta la órbita y electrónicamente hasta el infrarrojo; y longitudes de onda de radar, en las que los sensores ubicuos puedan pasar información de orientación a todo tipo de «tiradores» a través de redes de información fluidas.

Cuantiosas inversiones han proporcionado a las grandes potencias, principalmente a los estados unidos, y a los aliados del mundo desarrollado, algunas de estas capacidades deseadas para «poder ver y disparar a distancia como nunca antes hubiera sido posible en la historia de la humanidad». Las telecomunicaciones han permitido que los observadores señalen a los tiradores los objetivos que estos no pueden ver. El concepto moderno de crear «cadenas de muerte» se remota 1970. Hoy en día se puede operar por ejemplo con un F-35 que después de burlar las defensas aéreas y disparar municiones con precisión, recopila suficiente información. Esta operativa se complementa con la competencia entre ocultar y encontrar. A medida que las tecnologías se vuelven más asequibles, se propagan. Sin embargo, más importante que su cambio es cómo se usan. Tener algunos drones te permite reemplazar algunos aviones. Tener muchos drones facilita hacer cosas que antes no eran posibles, como establecer sistemas de vigilancia persistentes y de amplio alcance. Incluso los desarrollos fuera de las fuerzas armadas sugieren que la tendencia hacia elementos más pequeños, más baratos y numerosas tienen un largo camino por recorrer.