TW

Al mismo tiempo que se celebraban en Madrid los fastos de la cumbre de la OTAN, en la ciudad portuguesa de Sintra la Unión Europea (UE) establecía los fundamentos de nuestra futura agenda económica en la que la inflación jugará un papel clave. Pero, cuando hablamos de inflación solemos referirnos al IPC, cuando quizás sea la inflación subyacente la que debería preocuparnos.

En economía se denomina inflación al incremento experimentado por los precios a lo largo del tiempo. Su medición se puede realizar mediante varios indicadores entre los que destacan el Índice de Precios al Consumo (IPC) y el deflactor del PIB. Mientras el deflactor mide el aumento de precios de todos los bienes y servicios producidos en una economía, el IPC cuantifica el aumento de los precios de una cesta de productos representativa del consumo familiar. Lógicamente, en el IPC hay algunos productos importados (petróleo) y no recoge los bienes de inversión como la vivienda o los bienes de equipo que sí están presentes en el deflactor. El IPC es importante porque marca el aumento de la carestía (el coste de la vida) de los hogares y se convierte en un instrumento central en las negociaciones salariales. Los trabajadores se esfuerzan en no perder poder adquisitivo e intentan que los salarios crezcan al menos al mismo ritmo que el IPC, es decir, buscan indiciar sus salarios.

El IPC tiene algunos elementos muy volátiles en su composición. El petróleo y sus productos sustitutivos y derivados como la electricidad, el gas o el butano sufren los vaivenes de huracanes (Katrina), invasiones (Kuwait) o sanciones (Iraq) que cuando se normalizan provocan descensos igualmente rápidos. Similarmente, las frutas, hortalizas y productos alimenticios no elaborados (harina, arroz, etc.) sufren las sequías o desastres naturales que empujan sus precios para luego remitir cuando se retorna a la normalidad. Por esa misma razón, la inflación subyacente que excluye de su cálculo la energía y los alimentos no elaborados, se considera como la parte estructural o más permanente del IPC y por ello es a la que debemos estar más atentos ya que se podría atribuir el resto del aumento del IPC al incremento del coste del petróleo y de los alimentos no elaborados (aceite de soja, harina, etc.) por la invasión de Rusia a Ucrania.

El problema de España es que no solo tenemos una inflación un 20% más alta a la media de la UE (10,2% frente al 8,5%) sino que la subyacente es más de un 50% más elevada (5,5% frente al 3,5% en la UE). Y no solo eso, mientras que en la UE la subyacente cayó en mayo un 0,1%, en España no ha cejado de aumentar desde hace 12 meses en que estaba en el 0%. Este dato es muy preocupante porque el control de la subyacente es el verdadero objetivo de los Bancos Centrales a la hora fijar su política monetaria y porque su mayor incremento se traduce en incrementos salariales (en torno al 60% de dicho aumento) con un retraso de entre 2 y 5 trimestres. Teniendo en cuenta los bajos incrementos de subyacente en Francia y Portugal, el dato de España implica una seria pérdida de competitividad exterior y por tanto menos PIB y creación de empleo, y al mismo tiempo, avanza subidas de tipos de interés a medio plazo.

En Sintra, los halcones partidarios de endurecer la política monetaria se han impuesto, lo que invita a futuros incrementos de tipos, tal y como refleja la actual escalada del Euríbor. Este aumento encarecerá el coste de financiación de la deuda de los países más débiles (endeudados e inflacionistas) obligando al BCE a discriminar sus compras de deuda hacia dichos países (encareciendo los costes relativos de la deuda de los países más fuertes) para evitar el fraccionamiento del mercado. Pero no duden que habrá condiciones y que serán exigentes como han señalado los halcones. No lo duden, vienen curvas y empezarán después del verano.