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Es previsible un nuevo tipo de crisis económica y ecológica una vez terminado este verano. A la económica, a diferencia de otras anteriores, será posible hacerle frente al haber contado con más tiempo de preparación y más medios tecnológicos y financieros, pero a la ecológica todavía no la dominaremos. Esta perversa situación se puede atribuir a la letal acumulación de factores negativos: la guerra de Ucrania y el cierre del gas ruso; el cambio climático; las crecientes migraciones intercontinentales; la disputa por el poder económico mundial que protagonizan China, Rusia y USA; un aumento exponencial del consumo de la población mundial frente a una creciente pérdida de recursos naturales no renovables; y una deficiente distribución de agua, energía y alimentos en el planeta.

La pregunta que nos hacemos los economistas hace años, tras la experiencia de las crisis vividas es si las cíclicas crisis económicas, que siempre han sido monotemáticas, a partir de ahora serán multitemáticas. Así fueron las mayores crisis económicas posteriores a las dos guerras mundiales: en 1973 una subida del precio del petróleo causó una recesión del 15,4% del PIB mundial; en 2008 una caída del mercado inmobiliario (hipotecas subprime) una recesión del 3%; y en 2020 un paro de actividad por la pandemia COVID-19 causó una recesión del 6,2%. Estos flancos de la economía (energía, mercado inmobiliario y sanidad) siguen vulnerables pero hoy el gran peligro es su confluencia con otros factores negativos para la ecología.

Una creciente población planetaria que está consumiendo recursos limitados a un ritmo exagerado está abocada a sufrir una crisis ecológica que será mucho peor que la crisis económica, dado que todavía tenemos armas para luchar contra la crisis económica y sobre todo la financiera. Un ejemplo de ello es que el estado de California, el más rico de USA y con mejor tecnología, no consigue vencer los fuegos forestales que arrasan el país. Ello hace pensar a algunos economistas que el moderno crecimiento económico sin límites, potenciado por la globalización, es el gran enemigo de la sostenibilidad.

Actualmente en la UE, el aspecto más vulnerable del actual sistema económico es el creciente e impagable nivel de deuda pública, unido a una demanda ilimitada de consumo (con dinero gratis), frente a una limitada oferta de bienes y servicios (con crecientes problemas logísticos). No obstante, la primera señal percibida por el ciudadano del creciente desequilibrio económico es la «estanflación» (estancamiento e inflación) que no solo es un factor negativo sino también una señal del funcionamiento de la ley de la oferta/demanda del mercado, aunque viciado por la manipulación de la oferta por especuladores de productos básicos y por excesos de consumos temporales (p.e. turismo). La política europea además de gestionar una crisis económica, debería tomar medidas solidarias para hacer frente a una creciente problemática ecológica.