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Las Islas encaran la recta final del año en un contexto global marcado por grandes condicionantes que dificultarán y retrasarán la completa reversión del gap que el valor añadido todavía mantiene respecto de los niveles prepandemia (-7,1%). Buena parte de estos condicionantes globales ya se han podido calibrar a lo largo del verano, sobre todo, a través del alza continuada de la inflación y, ligada a esta, desde el cambio de tono de la política de la autoridad monetaria europea. Los tipos de interés oficiales de la zona del euro se sitúan, en estos momentos, en niveles inéditos en la última década (1,25%-1,75%), después de la subida de 75 puntos básicos practicada por el Banco Central Europeo el 8 de septiembre. Un alza que, según anticipa el consejo de gobierno presidido por Lagarde, formará parte de la senda ‘gradual pero sostenida’ de aumentos que sufrirá el precio oficial del dinero antes de que termine el año, aunque eso ponga en riesgo el ciclo económico.

Y es que el alejamiento de la inflación de la tasa objetivo a medio plazo del 2%, no deja de preocupar a un Banco Central Europeo que, con retraso respecto de su homólogo americano, está decidido a amortiguar el efecto alcista que ejercen los cuellos de botella vigentes en algunas fracciones de la oferta, así como las presiones derivadas de los desajustes laborales y las interrupciones del suministro y las tensiones de la demanda en los sectores que más han reactivado su actividad. Solo cuando la inflación remita y los bancos centrales rebajen su agresividad, mejorará la situación. Solo entonces y, siempre y cuando la senda de crecimiento no haya resultado muy dañada, y los resultados empresariales no sufran fuertes revisiones a la baja.

En este contexto el comportamiento de los principales agregados económicos se desacelerará más cuando el índice de precios al consumo ha escalado también en Balears a tasas de dos dígitos, consecuencia del encarecimiento continuado de las partidas más volátiles –como son los productos energéticos y los alimentos no elaborados– y, lo que es todavía más relevante, una repercusión rápida e intensa sobre el núcleo duro de la inflación, actualmente situado en máximos históricos y por encima de la media nacional. Destacan en este sentido, partidas como la vivienda (20,3%), el transporte (15,6%), la alimentación (11,8%) y, de cada vez de manera más significativa, los servicios (4,3%), como son los relativos a la hostelería y la restauración (10,7%). No queda duda, pues, que la cesta de compra frecuente ha vuelto a recoger al cierre del trimestre incrementos de los precios superiores al 10% en 14 de las 26 rúbricas que contempla, como es el caso de la electricidad, el gas y otros combustibles (36,9%), los aceites y grasas (32,9%), los huevos (20,1%), la carne de ovino (19,1%), la leche (18,6%), la fruta fresca (15,2%) o las aves (14%).

A pesar de todo ello, no se puede olvidar que la inflación no es un fenómeno nuevo; muchos países han capeado la inflación a lo largo de la historia. Una comparación común con el período inflacionista actual es el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando los controles de precios, los problemas de suministro y la demanda extraordinaria impulsaron la inflación por encima del 20%. Al igual que entonces, las medidas impuestas para frenar esta escalada inflacionista tendrán, de ahora en adelante, un impacto sobre el crecimiento económico, sobre todo, a través de la reducción del poder adquisitivo real, así como del incremento de la remuneración de la deuda de administraciones y empresas. Esta cuestión, unida a las restricciones a las importaciones europeas de gas ruso, el enlentecimiento anticipado de China, así como unas menores expectativas de consumo en Estados Unidos explican que el Fondo Monetario Internacional haya vuelto, en julio, a revisar a la baja las previsiones de crecimiento para las economías avanzadas, al tiempo que reconoce que las revisiones a la baja continuarán vivas los próximos meses y que la fiabilidad de sus estimaciones macroeconómicas está sujeta en estos momentos a un máximo nivel de incertidumbre, de manera que son poco fiables. Y si algo detesta el mercado es la incertidumbre, la falta de información fiable.