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En el Congreso de Periodismo Gastronómico celebrado el fin de semana pasado en Menorca, la periodista Trinitat Gilbert abordó de lleno la cuestión de la sostenibilidad que tantos titulares y discursos ocupa hoy día. ¿Podremos ser algún día sostenibles? Se preguntaba y nos interpelaba en voz alta a los asistentes. Su respuesta fue contundente. No, no lo seremos nunca.

No hay que darle más vueltas, asunto zanjado. Gilbert se contentaba con que llegásemos a ser algún día ciudadanos y consumidores conscientes, personas capaces de conservar las cosas, de evitar el desperdicio alimentario, de no malgastar recursos que no tenemos, de hacer una compra responsable y de recuperar el hábito de prepararnos la comida o de cocinar porque se estaba perdiendo entre las nuevas generaciones. Una enseñanza que se debía trasladar desde la tierna infancia. Si en casa ya cuesta actuar de manera consciente, imaginemos en un restaurante, en un hotel. Explicaba Gilbert que sus abuelas le explicaban que antes la gente se hacía la ropa en casa, pero poco a poco, este hábito se fue perdiendo y acabamos entregando toda esta responsabilidad a la industria textil que hoy nos viste a todos en un escenario de normalidad y aceptación sin más. Con la alimentación de cada día está pasando un poco lo mismo. Hay toda una industria alimentaria cada vez más dispuesta y preparada a encargarse de esta parte a la que estamos renunciando paulatinamente. No pasa nada, nos decía ella, ellos están encantados de ocupar este espacio vacío y nos ayudarán a alimentarnos para que no falte de nada y tengamos tiempo para las otras cosas que son tan importantes, como mirar un móvil, y que no nos dejan entrar en la cocina o ir al mercado.

Es un tema de prioridades de cada uno, nada más. «El otro día encontré en el lineal del supermercado unos biquinis preparados. ¿Unos biquinis preparados, pensé? Si hacerse un biquini no es ni cocinar, es ensamblar cuatro cosas juntas. ¿Tiene consistencia el discurso de la sostenibilidad? ¿Llegaremos a ser ciudadanos conscientes? ¿Y el mantra del quilómetro cero? ¿Dónde está la coherencia de ofrecer un tomate cultivado aquí, si el que se lo come ha recorrido 15.000 quilómetros para llegar?»