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Acabamos de cerrar una temporada por fin normalizada, una temporada positiva en la que hemos vuelto a hablar de las cuestiones y/o problemas propios de nuestra economía. Pero el ejercicio 2022 nos deja un sabor agridulce: por una parte, hemos recuperado el volumen de visitantes y de actividad que teníamos antes de la pandemia; por otro lado, la rentabilidad de las empresas se ha visto muy mermada por los sobrecostes derivados de la disparada inflación y la guerra en Ucrania.

A pesar del regreso de la normalidad, en Balears seguimos con un nivel de PIB inferior al de 2019. Un agujero, el que nos dejó la pandemia, que probablemente acabemos de enjugarlo durante 2023... si no hay nuevos contratiempos. En estos momentos, tanto la Comisión Europea como los principales informes de entidades nacionales han reducido el crecimiento español al 1% el año que viene, la mitad de la previsión del Gobierno, cuya última actualización lo situó en el 2,1%. Dada nuestra singularidad económica, es muy posible que en las Islas sorteemos mejor que en el resto de España la desaceleración, que ya es evidente en las principales potencias europeas. No obstante, los próximos dos trimestres estarán marcados por la incertidumbre.

Los balances de las empresas no reflejan el movimiento turístico de este 2022. Los empresarios miran con recelo este invierno donde también se deben ir ultimando diferentes convenios colectivos. Encima de la mesa tenemos las peticiones sindicales de subidas ligadas a la inflación, algo totalmente inviable porque la mayoría de las empresas no podrían soportarlo. Lo saben los sindicatos y lo sabe el Gobierno, que ha aplicado una subida a los funcionarios acorde con los convenios que ya se han firmado en diferentes sectores y que están muy lejos de las pretensiones sindicales.

Los empresarios necesitamos seguridad jurídica, certidumbre para poder planificar a medio y largo plazo. Entre los retos que tenemos por delante, el tejido empresarial de Balears debe hacer frente a varios problemas que hemos padecido la presente temporada: la falta de mano de obra, un problema generalizado y cuya solución pasa por la formación, retener nuestro talento y fidelizar a los trabajadores; el colapso en movilidad, que afecta tanto a la imagen que damos como destino como al día a día de los residentes; y la falta de vivienda. Un problema este último que no se debe al inversor o residente extranjero, sino que es mucho más profundo, se ha ido agravando los últimos años y debe atajarse con urgencia porque no solo perjudica a los residentes a la hora de encontrar pisos dignos a precios asequibles, sino que además pone en riesgo la llegada de médicos, policías, administrativos del Estado, etc. que no encuentran viviendas para instalarse en nuestra comunidad.

Son, sin duda, algunos de los principales interrogantes de cara al 2023, los que tenemos que poner encima de la mesa estos meses de temporada baja para que no se repitan o, al menos, intentar mitigarlos. Es tiempo de buscar soluciones.