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A punto estamos de entrar en pleno invierno y comienzan las especulaciones y las predicciones de cómo puede ser la próxima temporada turística. Se establecen hipótesis, se analiza qué mercados mantienen su pulso con fuerza, cuáles parecen quedar descolgados, si habrá o no suficiente conectividad aérea… en pocas palabras, lo de siempre para esta época del año. Ahora bien, de lo que también se habla, y mucho, en los ambientes empresariales, es de la problemática para encontrar personal.

La falta de personal de todo tipo y en todos los sectores ha emergido en esta época post-pandémica como el problema mayúsculo del sector empresarial isleño junto con el alza inexorable de costes derivado de la inflación. El problema, entonces, no es baladí. Pero centrémonos en la falta de personal y especialmente en el sector servicios, que es donde más se acucia y nota esta incomparecencia debido a la necesidad, aún inherente y masiva, de recurrir al factor humano a la hora de cocinar, de servir mesas, de atender una recepción o de limpiar una habitación.

La temporada turística recientemente finalizada ha sido paradójica. Por un lado, se han recuperado flujos de visitantes, pero por otro, todos los implicados en este negocio coinciden en señalar que no se puede seguir así. Pasar otra temporada sin el personal suficiente conllevará que un buen número de establecimientos dejen de prestar algunos servicios, o como mínimo, reduzcan su frecuencia. En el peor de los casos, algunos negocios, ante la grave falta de personal, no tendrán más remedio que cerrar definitivamente.

Estamos, por tanto, en una encrucijada, en la que propietarios y gerentes tendrán que decidir, obligatoriamente, cómo quieren que se desarrollen de ahora en adelante sus negocios tanto a nivel organizativo como de producción y costes, porque seguir como si nada pasara, ya no es factible ni rentable.

Profundizar a todos los niveles en la consabida frase de la calidad por encima de la cantidad parece revelarse como la única opción disponible. Pero ojo, esta es una opción que implica a todos, y no solamente me refiero a los empresarios en general, sino también a los trabajadores. Más que nunca, el factor humano tiene que revelarse como el capital más preciado para una empresa, en eso estamos todos de acuerdo, pero esta premisa tiene que ser bien entendida y ejercida a ambos lados de la mesa de diálogo social. Por ello, aspectos como la formación permanente, un estricto control del absentismo y unas nuevas categorizaciones que tengan en cuenta el esfuerzo, valías e implicaciones de cada trabajador tendrán que abordarse a fondo y serán del todo necesarias en este nuevo esquema empresarial y laboral.

El cuidado, la protección y la motivación laborales no son flujos de única dirección, sino no son eficaces ni efectivos. De ello tendrían también que tomar nota las autoridades, que muchas veces desconocen que una empresa precisa de una óptima productividad por trabajador para seguir existiendo y que ello pueda redundar, a su vez, en mayores cuotas de conciliación y flexibilidad a sus empleados.