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Este año se cumplen 40 años desde la aprobación del primer estatuto de autonomía para nuestra comunidad, circunstancia que se aprovechará por muchos para hacer balance. La mayoría destacarán los puntos positivos, así que mi óptica será diferente.

Pienso que el punto más destacable de estas cuatro décadas lo constituye el desarrollo, no lineal, de un potente sector público del que en Balears teníamos poca tradición. El crecimiento del número de funcionarios ha tenido las consecuencias esperables, por un lado, un mayor intervencionismo gubernativo, tanto en lo económico como en lo social, que, añadido a la falta de tradición mencionada, ha dificultado conseguir una administración realmente eficaz.

Es cierto, que la «intelligentia» local ha podido encontrar acomodo en los diferentes puestos funcionariales bien remunerados, permitiendo retener en la comunidad a las personas mejor formadas. Quizás por ello, y de forma paralela, sin ser la comunidad que más leyes ha producido, se ha legislado de forma profusa. Paralelamente se ha creado un sector lobista que, en líneas generales, ha abogado por una reducción de la competencia empresarial o por una mayor dimensión de lo público.

La combinación de dos aspectos mencionados ha tenido un cierto efecto crowding-out (o expulsión) del sector privado más dinámico e innovador. Esta es, probablemente, una de las causas de la pérdida de dinamismo observada en casi todos los rankings.

Tal vez, el aspecto más relevante de la autonomía ha estado ligado a la promoción de la cultura local. Resulta palpable que, en la actualidad, es más fácil encontrar muestras de la misma en sus diferentes aspectos, lo que, sin duda, resulta interesante. No obstante, el abuso en la utilización clientelar de la misma ha desplazado, casi por completo, la promoción de la cultura universal con el resultado de continuar careciendo de un sector con suficiente proyección.

En cuanto a los servicios públicos ofrecidos, también es patente que han crecido mucho, lo que los ha hecho más accesibles a mayor número de gente. Sin embargo, no han faltado los intentos de aislar a sus profesionales de la sana competencia exterior mediante diferentes fórmulas, por lo que no han llegado a alcanzar la calidad que potencialmente podrían tener.

En materia de infraestructuras e inversiones públicas nos encontramos con una trayectoria errática con alguna legislatura sobreactuada y muchas otras huérfanas, lo que ha impedido la creación de empresas arraigadas capaces de atender estas demandas.

Por último, me gustaría mencionar otro rasgo que considero característico de nuestra autonomía: la falta de iniciativa política propia. Pienso que demasiados de nuestros dirigentes han preferido mirar por el rabillo del ojo, cuando no de forma descarada, la actuación de la Generalitat catalana a desarrollar unas estrategias propias. En definitiva, la CAIB tiene sus luces, claro está, pero también sus sombras, aunque no se quieran narrar y se prefiera echar la culpa a Madrid.